El sepulcral silencio sólo era interrumpido por los ocasionales bufidos y las repetidas coces contra el suelo que propinaba el singular caballo, dado que la rubia no se atrevía a abrir la boca ni siquiera para bostezar. Sentía un creciente recelo en todas y cada una de las células que la componían. Su instinto le indicaba que no se moviera. "No puedo arriesgarme a que este animal me haga daño sólo por alguna imprudencia mía. Es mejor si espero un poco. Quizás se me indique de alguna manera lo que debo hacer", razonaba Dahlia, procurando ser positiva. No obstante, transcurrieron varias horas durante las cuales ella estuvo sumida en la inactividad total. Y todavía no había señales de que fuese a ejecutarse algún cambio en la conducta de la criatura salvaje. De repente, las piernas de la muchacha comenzaron a mostrar signos de entumecimiento. Tenía muchísima sed y los párpados le pesaban una enormidad. No pudo evitar que su organismo cayese preso de los efectos del agotamiento. Se desplomó contra la gélida superficie sobre la cual había permanecido en pie por quién sabe cuánto tiempo. Con las escasas fuerzas de que disponía, logró mantenerse consciente y pudo ver al potrillo acercándosele. Estaban cara a cara ahora. El corcel la miraba a los ojos mientras se aseguraba de que ella inhalase de manera directa su frío aliento. La chiquilla no tardó en dejarse llevar por el adormecimiento propio de las víctimas de la hipotermia...

La muchacha jamás supo cuánto tiempo estuvo dormida. La imagen que su cerebro procesó al despertar le causó potentes escalofríos e interminables palpitaciones. Estaba en el interior de un colosal témpano, inmovilizada de pies a cabeza. Le habían adherido un centenar de finos tubitos por todo su cuerpo, a través de los cuales era posible ver su sangre circulando. Nadie podría decir a ciencia cierta si le estaban robando su fluido vital o si le estaban transfundiendo alguna sustancia mediante este, pero, sin importar lo que estuviese sucediendo, no parecía ser una acción beneficiosa. Sin embargo, había una cosa que la aterrorizaba aún más: no podía recordar nada. No tenía borrosos recuerdos de la infancia o memorias de los más recientes acontecimientos. Todo lo que tenía era una difusa laguna en su cabeza. No sabía cuál era su nombre ni tampoco podía evocar cómo comunicarse mediante palabras. Le era imposible descifrar el significado del mundo que la rodeaba. Estaba casi en la misma condición en la que se hallaría una niñita con unas pocas semanas de haber nacido: indefensa y dependiente.

Una gutural voz con un dejo de masculinidad se escuchaba a la distancia. Las palabras que pronunciaba eran incomprensibles para la rubia. Podían haber sido dichas en cualquier lengua terrestre o alienígena y ella, de igual manera, no las hubiese podido descifrar. Un mar de miedo y aturdimiento absoluto la agobiaba. El retumbante sonido del ente que monologaba se percibía cada vez más cerca. Con pasmosa rapidez, una gigantesca mancha escarlata apareció y se dio a la tarea de envolver el exterior del témpano en donde se encontraba Dahlia aprisionada. Un estentóreo crujido inundó los tímpanos de la jovencita. La descomunal cárcel de hielo que la mantenía paralizada se fue resquebrajando hasta que quedó reducida a cientos de miles de microscópicos fragmentos. Una sustancia semejante al líquido amniótico en el vientre de una fémina embarazada la envolvía y le permitía desplazarse nadando, pero no la asfixiaba. Al contrario, la muchacha respiraba mucho mejor que estando fuera de allí.

Después de que hubo cumplido con el objetivo de liberarla, la mancha escarlata redujo su tamaño de manera gradual hasta que regresó a su estado original. Una inarmónica aglomeración de fibras carnosas fue lo que se materializó en frente de la chica. Parecía ser una bola de grasa sin osamenta ni rostro visible, cubierta por múltiples apéndices envueltos por una espesa capa de mucosidad verdosa. Todos aquellos filamentos vivientes exhibían una inusual velocidad en sus elásticos movimientos. Se comportaban de la misma manera en que lo harían un grupo de lombrices marinas al ser colocadas en una sartén colmada de aceite hirviendo. Unos difusos rayos azules fueron irradiados desde cada una de aquellas babosas extremidades y, como consecuencia de ese acto, la línea de pensamientos de la rubia se aclaró de repente. Ya podía entender lo que se le decía e incluso lograba pensar en algunas posibles respuestas. Una vez más, la áspera voz procedente de la bizarra entidad carmesí se manifestó.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now