El joven príncipe intentó lucir gracioso contorsionando su cara de manera exagerada para así darle vida a varias muecas en extremo ridículas, al tiempo que soltaba bulliciosas carcajadas, pero no consiguió nada más que seguir siendo ignorado. El rostro de la muchacha continuaba impasible, cual si fuese uno de los maniquíes que adornan los escaparates de un centro comercial. En las comisuras de su boca no se dibujó ni un atisbo de alguna expresión que fuese tan siquiera una vaga imitación de una sonrisa. Tenía la mirada perdida en el horizonte, pues su cerebro se había desconectado de todo cuanto la rodeaba. Su alma se había extraviado en algún resquicio de sus oscuros pensamientos, quedando inaccesible para el resto del mundo. Con una rápida secuencia de movimientos rígidos y calculados, las manos de la rubia procedieron a desenroscar una minúscula tapa ubicada en la parte superior del contenedor de aspecto frutal. Bebió de golpe la mitad del fluido verdoso, sin detenerse para respirar. De inmediato, avanzó unos cuantos pasos hacia su izquierda y extendió su brazo derecho, ofreciéndole el recipiente con la porción restante del Smaragdi al Taikurime. A él le tomó varios segundos reunir las fuerzas para reaccionar. Estaba embargado por el desconcierto, pues no parecía haber una explicación razonable para semejante despliegue de apatía.

—Dahlia, ¿estás segura de que te encuentras bien? Ya sabes que, si necesitas desahogarte, sin importar la manera en que quieras hacerlo, me tienes a tu disposición. Tenlo muy presente —expresó Cedric, casi susurrando.

La muchacha no pronunció ni una sola sílaba. Tampoco quiso comunicarse mediante ademanes. Quizás una pared de concreto pudiese haber resultado más expresiva que aquella glacial versión de Dahlia. Sin embargo, lo más doloroso de todo para el joven era que ella continuaba negándole el contacto visual.

—Perdóname por seguir insistiendo con este asunto, pero es que soy incapaz de comprender lo que te está sucediendo. ¿Serías tan amable de explicármelo? Sé muy bien que las pruebas por las que has pasado han sido muy duras y que de seguro estás demasiado alterada todavía debido a ello. Aun así, no creo que eso justifique que te tomes la libertad de jugar con mis sentimientos. Por si no te has dado cuenta, tu comportamiento actual, además de ser extraño, en verdad me lastima... Por favor, al menos mírame cuando te hablo... ¿Estás escuchándome?

Una vez más, no hubo respuesta de ninguna clase. La joven continuaba inmóvil, ajena a cualquier tipo de estímulo sensorial que recibiese del exterior. Era como si estuviera encarcelada dentro de su propio cuerpo. Sólo el ligero movimiento rítmico de su tórax daba a entender que seguía con vida. De lo contrario, Dahlia podría haberse hecho pasar por una elegante escultura del Renacimiento. Dentro del universo secreto de su cabeza, la chica estaba visualizando una seguidilla de imágenes perturbadoras. Se dio cuenta de que aquellas escenas alojadas en su cerebro no eran fragmentos de recuerdos o simples alucinaciones. Por un momento fugaz, pudo contemplar con claridad lo que sería de sí misma en el futuro. Aunque no pudiese explicar cómo lo sabía, tuvo la certeza de que todo cuanto vio se cumpliría al pie de la letra. Esa experiencia fue insoportable para ella. Gritó hasta quedarse afónica, y lo hizo con tanta fuerza que parecía drenársele hasta la última partícula de su fuerza vital en ello. De un momento a otro, cayó como un pesado árbol recién talado sobre el suelo, inconsciente.

—¡¿Qué tienes, Dahlia?! Esto no puede ser posible... No de nuevo... ¡No! —exclamó Cedric, sosteniéndose la cabeza con ambas manos.

Hizo intentos de aproximarse a la desmayada figura de la rubia, pero un suceso que jamás que hubiese podido prever lo detuvo en seco. A lo lejos, una imponente silueta equina, cabalgada por un jinete cuya fisonomía y vestimenta no se podían distinguir con claridad, hizo su aparición. El brioso corcel de pelaje blanquecino galopaba a toda velocidad. Antes de que el príncipe tuviese la oportunidad de recobrar la compostura, el raudo animal se detuvo de golpe justo en frente de él. Sobre este reposaba una nebulosa figura conformada por una densa columna de humo renegrido, de aspecto muy semejante a un hombre fornido. El enigmático sujeto estaba cubierto por una caperuza desgastada y amarillenta. De sus ojos emanaba un gélido brillo purpúreo casi cegador. Sin apartar su mirada del boquiabierto rostro del Taikurime, el sobrenatural individuo, quien poseía una voz atronadora, hizo una impactante declaración.

—No le está permitido a alguien como tú seguir interviniendo en el ciclo natural de los acontecimientos. Lo quieras o no, a partir de este mismísimo instante, dejarás de entrometerte en la vida de esta niña...

El caliginoso montador ejecutó un fugaz movimiento pendular con su brazo derecho. Un fino hilo gaseoso de tonalidad rojiza comenzó a formarse en torno a su mano. Tras unos pocos segundos, una larga cuerda de gran grosor había sido creada por él. La lanzó al aire y agitó ambas extremidades superiores, trazando un círculo invisible con cada una. La soga zigzagueaba como si hubiese cobrado vida propia. En menos de un minuto, una luminosa red barredera giraba a unos tres metros de altura, justo encima de la cabeza de Cedric.

—Has sido sentenciado a desaparecer, y yo me aseguraré de que dicha sentencia se haga realidad. Con el poder que me confieren las Ocho Esfinges de la Vacuidad, he venido a capturarte.

El príncipe no pudo objetar, defenderse o salir huyendo. La urdimbre escarlata descendió sobre él y lo envolvió de arriba a abajo, paralizándolo por completo. El jinete levantó su mano izquierda, alternando el movimiento de sus dedos, cual si fuese un titiritero profesional controlando a su mejor marioneta. Después de hacer una breve invocación entre murmullos, tiró su brazo hacia atrás con brusquedad. El petrificado organismo del Taikurime se elevó y fue a posarse justo al lado del misterioso cabalgador, quien lo sujetó con gran firmeza. Se quedó observando a la durmiente muchacha un largo rato, tras lo cual le dio una suave palmada al cuello del caballo y partió a todo galope, perdiéndose entre las sombras, llevándose consigo a Cedric...

Una cálida brisa soplaba, alborotando la dorada melena de Dahlia. Hacía ya varios minutos que ella había despertado de su pesado sueño. Se mordía el labio inferior y mantenía el ceño fruncido, tratando de descifrar qué era lo que le había sucedido. Recordaba con total claridad que estaba dentro de Solu, siendo probada. Podía traer a su mente las imágenes de todo lo que había afrontado hasta ese momento con facilidad, pero algo no encajaba. Había una situación inusual que estaba dañando el contenido original de sus recuerdos. No sabía cómo demostrarlo, pero estaba segura de que había otra persona junto a ella en los páramos. Sin embargo, cuando quería rememorar su rostro, un manchón era lo que aparecía en su lugar. Anhelaba pronunciar el nombre de esa persona, mas su voz se esfumaba cada vez que lo intentaba. Sentía un terrible vacío en su pecho, como si le hubiesen arrancado una parte importante de su ser. Echaba mucho de menos a alguien, aunque no podía saber a quién.

"No hay tiempo que perder. Sea quien sea la persona que estuvo conmigo, mi corazón me dice que debo hallarla cuanto antes, así que será mejor que comience con la búsqueda ahora mismo", monologaba para sí. Decidió probar si era seguro caminar sobre la polvosa superficie cobriza que la rodeaba. Puso su pie derecho encima de esta con sumo cuidado. La tierra no cedió y ella no detectó nada que pudiese lastimarla, por lo cual concluyó que podía colocar también su otro pie sin que algo malo le sobreviniese. Estaba en lo correcto, pero la buena suerte le duraría poco. Su recién ganada confianza se desvaneció en un lapso bastante corto, ya que uno de sus tobillos se dobló, lo cual la hizo tropezar e irse de bruces. Su cuerpo impactó de lleno contra un voraz banco de arena movediza, cuyas fauces empezaron a engullirla sin miramiento alguno...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now