35. Los niños de Auckland

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La situación se había tornado casi inaguantable. Para los rebeldes no había demasiados peligros, dado que Alice ya no los perseguía y no tenían tampoco problemas para subsistir en la abundancia de Nymphaea. Podían temer la extraña enfermedad llegada de Ragna-III, mas no era suficiente como para crear una situación caótica. Sin embargo, la inexistencia de un camino que seguir sumía a cada rebelde en la desesperación más absoluta, la misma que se alimentaba por la posible muerte de Lana. A pesar de todo eso, Julieta y Alec seguían investigando sobre la extraña enfermedad y los pocos niños que aún seguían vivos permanecían seguros en la sala de mandos bajo la supervisión de Wendy y el pequeño Christopher. Alec ya se había cansado de aquello y quería regresar cuanto antes a la normalidad o lo que quedase de ella, así que decidió tramar un nuevo plan para rescatar al resto de niños raptados de Nueva Zelanda. 

Con el mapa geográfico que Julieta y Lotus habían trazado, el misterio del gigantesco Ragna-III ya no era algo tan imponente para los rebeldes. Conocían la ubicación aproximada de los niños raptados de Auckland y aunque la aproximación no fuese tan precisa, podía decirse que también tenían una zona en la que buscar a los niños raptados de Tauranga y Christchurch. Sí era cierto que no era un momento óptimo para abandonar la nave, pero Alec no creía que fuese a llegar un momento mejor. Así que había decidido actuar a pesar del dolor que le provocaba separarse de Lana en un momento tan crítico para ella.  Habló con Pio y Awhina, quienes no tenían una tarea demasiado relevante en la nave, y juntos accedieron a regresar al planeta Ragna-III en busca del resto de niños desaparecidos, deseando que no fuese muy tarde. Julieta les dio una copia en papel del mapa geográfico de Ragna-III, diciéndoles que les sería muy fácil encontrar la zona donde supuestamente estaban los niños de Auckland. Y es que se encontraban en un lugar que Julieta definía como "mancha verde", dado que era un gigantesco oasis en mitad de un árido desierto, al sur de Ragna-III. Los rebeldes tendrían que utilizar su nave para llegar hasta allí, observando con atención la superficie del planeta para saber cuándo penetrar en su atmósfera. 

Llenaron la nave que habían recogido de Ragna-III con provisiones y agua potable. Se colocaron cada uno un biotraje para garantizar su seguridad y observaron con tristeza la nave que dejaban atrás mientras avanzaban a través de la nada hacia la inmensidad de Ragna-III. En aquellos momentos, al mismo tiempo que pilotaba una nave, Alec rezaba a una divinidad en la que no creía para que Lana aguantase viva hasta su regreso. A su lado, como copiloto, Pio lo miraba con cara de preocupación. Él también quería a Lana a su manera y se preguntaba si algún día volvería a verla como él la recordaba o quería recordarla. Awhina, sentada al fondo de la pequeña pero veloz nave, dejaba que su mente volase lejos de allí en un final alternativo donde ella y su hija podían reunirse de nuevo, lejos de la cruel realidad que representaba para ella el saber que Mere no había sobrevivido. 

Los ojos de Pio observaron entonces sobre el planeta que estaban rodeando una enorme extensión de color marrón que ocupaba la mayor parte del sur del globo. Aún así se destacaba bastante bien una especie de mancha verde que se extendía con caprichosas formas por el este de la región. Aquel tenía que ser el lugar del que Julieta había hablado, el emplazamiento donde los niños de Auckland habían sido enviados o abandonados, según la opinión de cada uno. El maorí le comunicó lo que había visto a Alec, quién dirigió el rumbo de la nave hacia el planeta al que creyeron no regresarían jamás. Estaban a punto de descubrir que la inhospitalidad del planeta era sólo una de las muchas caras que Ragna-III podía ofrecer a un grupo de humanos desesperanzados. Lo comprobaron incluso antes de aterrizar, cuando a sus ojos se abrió un gigantesco océano de hierba verde inundada de extrañas flores que salían desde la tierra, elevándose hacia el cielo con monumentales pétalos azules acabados en punta. Desde arriba parecían los dientes de la mismísima superficie del planeta, claro que eso sólo aumentaba la belleza de la escena. Cuando la nave se posó de manera estrepitosa sobre el suelo, Awhina fue la primera en salir y sentir la fresca brisa que soplaba con calma, como dándoles la bienvenida a aquello que parecía un paraíso. Pronto se encontraron los tres corriendo por aquel sitio como tres niños pequeños, acariciando la hierba con sus brazos y riendo como si no hubiese en mañana. Y es que posiblemente no había un mañana para los hombres y mujeres de la Tierra. 

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