15. A bordo de Nymphaea

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La puerta quedó completamente abierta y los rebeldes se miraron con gran curiosidad, sin saber si podían fiarse de aquella nueva esperanza que brillaba ante sus ojos. Lana, mostrando aquella valentía que la caracterizaba y que en ocasiones parecía ser estupidez, se acercó hacia la puerta completamente abierta con la única intención de descubrir la identidad de su salvador o salvadora. Pudo observar levemente gracias a la pobre luz que otorgaba la vela una figura envuelta en oscuros ropajes, capas de ropa hechas con mantas y sábanas. Sin verle la cara pudo deducir por el espacio que abultaba que se trataba de una figura delgada y baja, posiblemente un niño o una persona de poca estatura. Sin tener que pedirlo, aquella persona se deshizo de las ropas que hacían de ella un misterio y Lana se llevó una grata sorpresa. Tal y como se había imaginado, era un niño. El chico se echó hacia atrás, totalmente asustado de haber sido descubierto por los rebeldes. Sabía bien el precio de aquello y no quería acabar como su hermano.

— No me hagáis daño —decía el niño entre lágrimas—. ¡Yo no soy como Anthony!

— ¿Qué tienes que ver con Anthony? —preguntó Lana con curiosidad. A pesar de su interés por aquel pequeño salvador sabía que tenía que cuidarse bien de confiar en los demás—.

— Él... Él era mi hermano... Pero yo no soy un espía, ¡¡lo juro!!

— Nadie piensa que lo seas. ¿Por qué nos liberas entonces?

— Quiero pactar con ustedes... Señora, he oído muchísimas cosas acerca de los rebeldes y sobre usted en especial. Pero lo que piensen los demás no me importa, señorita. Yo sé que a pesar de todo no es malvada y usted no es la asesina de mi hermano.

— Siento decepcionarte, chico... —expresó Lana con mucho pesar—. Sí que maté a Anthony.

— No —dijo el niño cabizbajo sin ningún pudor en mostrar su llanto al escuchar hablar sobre el asesinato de su hermano mayor—. La única asesina y culpable de la muerte de Anthony fue Alice y su manía de mangonear a todo el mundo. Señora, yo la he ayudado a escapar. Espero que ahora me ayude usted a mí.

— Como quieras, pequeño. ¿Cómo puedo serte de ayuda?

— Quiero que Alice pague por lo que sufrió mi hermano.

Lana echó su mirada hacia atrás. Observó al grupo recibiendo lo mismo que ella albergaba en su interior. Todos estaban igual de asombrados por las palabras que aquel niño había pronunciado. ¿Cómo era posible que un ser tan puro e inocente como lo es un niño desease vengarse de alguien, aunque se tratase de la asesina de su hermano? Lana clavó su mirada en el niño. Sus pensamientos volaron lejos como nunca antes lo hicieron, invadieron una situación hipotética que jamás había tenido lugar. Imaginó por un momento que aquel niño era en realidad su hijo menor intentando vengar el asesinato de su hermano mayor. Pensó también en el papel de la madre ausente, alejada de sus hijos seguramente por la fuerza y la coacción que los ejércitos ejercían sobre la población más desfavorecida de Estados Unidos. Y solo entonces comprendió que tenía que ayudarlo.

— Tu venganza es algo muy difícil de conseguir. Alice es una dura rival.

— No importa el tiempo que tenga que esperar. Si es necesario puedo servirla, señora. No creo que sufra más de lo que sufro al lado de la detestable sargento.

— Te sugiero algo, pequeño. Dime tu nombre y únete a mí. Prometo protegerte y cuidarte como si fueses un miembro más de mi familia a cambio de que nos ayudes. Como premio final, prometo llevar a cabo tu ansiada venganza.

La sonrisa de aquel pequeño selló aquel pacto fructíferamente. Christopher despertaba en ella algo distinto a lo que nadie había despertado jamás y posiblemente habría ejecutado aquella venganza sin ninguna recompensa a cambio. Al fin y al cabo, Alice era también su enemiga. Lana cogió la mano del pequeño y la colocó sobre la suya habiéndose arrodillado frente a él. Ambos se miraron a los ojos de una forma intensa y seria e inesperadamente para todos abrió los brazos con énfasis y atrapó al niño en ellos. Con gran certeza aquel era el primer abrazo que Christopher recibía en muchísimo tiempo, pues el niño había aceptado de buena gana aquel gesto de cariño y cordialidad.

Más Allá De Nuestro MundoWhere stories live. Discover now