7. Hacia Gran Mercurio con lujuria

116 10 0
                                    

No pensó que reencontrarse con Alec, en quien apenas había pensado hasta últimamente, le otorgaría tantas emociones y felicidad. Pero incluso había llorado, algo perfectamente comprensible al recordar los miles de momentos mágicos que pasó junto a él. Alec era realmente una de las personas con las que Lana había compartido la mayoría de los mejores momentos de su vida. Sin embargo, no se había fijado en el cambio físico que Alec había dado. Nada quedaba del espigado y delgado doctorcito que apenas articulaba palabra con desconocidos. Lejos se encontraba ya el tímido chico de mejillas coloradas. Ahora, Alec presentaba un cuerpo mucho más ancho y entrenado, fruto de su sana afición a los deportes. Además, su cara había dejado de parecer la de un joven muchacho imberbe y una barba espesa adornaba su cara con el bello rubio ceniza de su cabello. Se había convertido en un hombre maduro y atractivo además de ser toda una verdadera eminencia en el campo de la biología y la medicina.

Lana presentó a Awhina y Pio y Alec se mostró abierto y divertido. Pero pronto salió la pregunta que la mujer se había estado formulando. ¿Qué estaba pasando en aquel edificio? Alec los condujo a través de aquel pasillo hacia las escaleras y subieron a la azotea de nuevo. Allí les hizo saber el verdadero lugar en el que vivía: una pequeña caseta de madera flotante al puro estilo en que la gente más pobre de Auckland vivía. Después dio un increíble salto hacia la inmensidad del océano seguido de Lana y los demás. El agua resultaba muy fría, casi helada, así que aquello hacía que nadasen más rápido y pronto hubiesen alcanzado el suelo de madera de aquella casa tan simple que flotaba en el océano como el resto de las casas de Auckland. Era un habitáculo de una sola habitación y el único mueble que había era una sábana colgada como hamaca para dormir. Parecía un lugar bastante triste e incluso algo patético, el refugio de un peligroso delincuente o un renegado del sistema. Alec no disimuló más su tristeza y se derrumbó. Se sentó en el suelo y relató el trágico suceso que tuvo lugar semanas antes, cuando él y su hijo Lord, de veintiún años, inspeccionaban el ecosistema marino que se había formado en las calles de la antigua ciudad, las mismas que yacían a metros de profundidad y servían de hogar a especies sorprendentes. Cabe decir que Lord era ya un joven hombre adulto de veintiún años, ya que cuando Alec lo adoptó tenía 5 años. Ahora, aquel ex militar de 44 años se veía completamente despojado de su vida, pues Lord se había convertido en eso: la razón de su vida. Lana y Awhina no pudieron evitar conmoverse al recordar a sus hijos y al ver el cariño que Alec procesaba a  su hijo adoptivo. Lord había heredado de su padre una gran pasión por la biología. Pero él tenía otra especie de intereses. Se interesaba sobretodo por la biología relativa a especies extinguidas, es decir, la mayoría de especies conocidas en el siglo XXI. Alec sabía que su hijo llegaría muy lejos y estaba profundamente orgulloso de él, por eso lo ayudaba siempre que podía en sus estudios. El muchacho escribía ya sus propios ensayos sobre biología, apoyándose sobre las firmes investigaciones de su padre. Recordaba perfectamente aquella mañana en la que salió a realizar las compras, como cualquier mañana normal. Lord no quiso acompañarle, pues estaba realizando un experimento importante y Alec se marchó, incapaz de saber que no volvería a ver a su hijo.

— ¿Qué le pasó? —preguntó Awhina sin contener su sosegado llanto—.

— No tardé nada en llegar —continuó el abatido padre—. Apenas unas horas fuera y al regresar, el desastre más absoluto. Destrozos por toda la casa me hicieron pensar en lo más horroroso, en las catástrofes más terribles que podrían ocurrir aquí. Subí lo más rápido posible a la sala donde Lord se había quedado... Ya no estaba. Pero sí que estaba su estudio, esparcido en miles de añicos por el suelo. También había un rastro de sangre y entonces supuse lo peor. Estuve dedicándome únicamente a buscarle pero todo fue en vano. Hasta que unos días después aparecieron los primeros hombres del gobierno.

— ¿Qué pinta el gobierno en todo esto? —preguntó Lana precipitadamente—. 

— No te hagas la tonta, Lana. Sabes tan bien como yo lo que quiere el gobierno. ¿Crees que no sé lo que has hecho? Todo el planeta sabe que Carlyle, el gobernador de Nueva Zelanda, está en tus manos.

Más Allá De Nuestro MundoWhere stories live. Discover now