8. Amantes y suicidas

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La puerta se cerró con llave. La idea no era evitar que alguien entrase en la habitación sino evitar que alguien saliese de ella. La luz era bastante ligera por no decir casi nula y la ventanilla del camarote estaba abierta de modo que el frío de la noche y la luz de una luna menguante podían entrar e invadir la estancia. Pero nada, ni siquiera la gélida brisa del Pacífico Sur podría impedir lo que ambos tenían pensado hacer. 

Dos esbeltas figuras se mantenían pegadas mutuamente. Nada existía a su alrededor, sólo ellos y su pasión, a la que librarían de su antiguo cautiverio. Los labios se rozaban entre sí y aceleraban los latidos de ambos corazones. Un intenso calor había invadido a ambas personas y la lengua de ella se adentró en la cavidad bucal del hombre sin previo aviso, aumentando notablemente la libido de ambos. Poco a poco, unas firmes y grandes manos se deslizaron por la espalda de Lana y se aventuraron bajo la camiseta, intentando nerviosamente desprenderse de ella. Lana decidió ayudarle y se separó momentáneamente para quitarse la camiseta y lanzarla lejos hacia algún lugar olvidado de la habitación. Después se liberó del sujetador dejando libres sus senos y se abalanzó sobre el muchacho para arrancarle la camisa fieramente. Los músculos del hombre maorí quedaron al descubierto y podían apreciarse tatuajes sobre las fibradas carnes del sensual Pio, cosa que todavía aumentó más el calor interno de Lana.Los fuertes brazos de él la elevaron en el aire y ella se aferró a él intentando mezclarse con su aroma, su tacto, su sabor... Quería todo de aquella persona que tan loca la volvía. Él la tumbó sobre la cama y comenzó a deshacerse de los pantalones mientras ella aprovechaba para quedarse en ropa interior. La fina lencería de la mujer había colmado el deseo sexual de Pio, cuya fina y leve ropa interior era incapaz de ocultar su enorme erección. No tardaron en deshacerse de la poca ropa que les quedaba encima y entonces Lana pudo notar al joven entrar en ella. La simple acción de sentirlo sobre ella ya la hacía palpitar, así que era prácticamente imposible no gemir o emitir algún sonido cada vez que sentía aquella inmensa masculinidad en su interior. Sus manos recorrían la espalda ancha de Pio, agarrándose a él para sentirlo más y más cerca. Él besaba su cuello, la acariciaba y mimaba a medida que aceleraba sus movimientos para poder llegar a un punto en que ambos estallaran de placer. Al llegar aquel momento, ambos se encontraban tumbados en la misma posición. Tenían la mirada perdida en algún punto del techo y respiraban profundamente intentado recobrar unas pulsaciones normales. Lana sonreía, tal vez como no lo había hecho en mucho tiempo. Se había cubierto con las sábanas y miraba de reojo al hombre que tenía al lado. ¿Por qué eran incapaces de hablarse o mirarse directamente si lo que habían hecho era algo tan deseado por los dos? Lana lo sabía y él también, pero les daba algo de apuro hablar de ello. Ella fue la única que se dio cuenta del comportamiento idiota que estaban teniendo y se giró hacia su chico para decirle: "¿repetimos?". Rápidamente, Pio esbozó una sonrisa y deslizó sus labios por el delicioso cuello de la mujer, atrayendo a la chica hacia él al colocar la mano en su fina cintura. El placer, el deseo y el amor se apoderaron de nuevo de los dos amantes y del camarote y el éxtasis y la euforia invadieron aquellas almas jóvenes que habían decidido dedicarse una noche de placer y felicidad.

 El placer, el deseo y el amor se apoderaron de nuevo de los dos amantes y del camarote y el éxtasis y la euforia invadieron aquellas almas jóvenes que habían decidido dedicarse una noche de placer y felicidad

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