16. Lotus, la Conciencia

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Les hubiera sido muy fácil perderse en aquel embrollo de pasadizos y salas rebuscadas. Lana estaba quedando todavía más hechizada por Nymphaea, cuyas estructuras se retorcían de forma extraña para poder soportar el enorme peso de la peculiar forma de la nave. Los pasillos estaban hechos del mismo material que la nave y estaban recubiertos por placas de acero que lo hacían un lugar típico de las novelas de ciencia ficción que la líder rebelde estaba acostumbrada a leer. Todo era de color azul, un azul tan leve que apenas podía percibirse y se disfrazaba de blanco. Era la nave más maravillosa que pudiesen haber imaginado, como si una nave de antiguos relatos ficticios hubiese cobrado vida. En efecto parecía estar viva por aquellos extraños efectos que creaban las luces coloridas que circulaban por los techos de cada pasillo. Pio y Alec cargaban las armas más pesadas, lanzas electrificadas y bazucas mientras que Awhina y las hermanas Lee habían cogido el resto de armas: pistolas, revólveres, ballestas, arcos y flechas, cuchillos, espadas, catanas...

 Pio y Alec cargaban las armas más pesadas, lanzas electrificadas y bazucas mientras que Awhina y las hermanas Lee habían cogido el resto de armas: pistolas, revólveres, ballestas, arcos y flechas, cuchillos, espadas, catanas

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La nave se dividía en cuatro niveles. Uno era prácticamente inhabitable, pues era donde se situaban las partes más robustas e insólitas de Nymphaea que le daban forma y sujetaban toda la estructura. Aquel era un lugar al que nadie debería acudir, pues era fácil quedar aplastado por algún enrevesado mecanismo o perderse en ese bullicio de esqueletos mecánicos. Los otros dos niveles intermedios constaban de camarotes y distintas salas en los que el equipo pasaría la mayoría de su tiempo. El nivel superior, ubicado en la zona más alta de la nave que acababa en forma de punta, se encontraba la sala de mando. Desde aquel lugar podían controlarse todos y cada uno de los aspectos de aquel magnífico fruto de la ingeniería. Las salas parecían haber sido construidas de una manera simétrica, ya que todas se asemejaban bastante en aspecto y magnitud. Eran salones relativamente espaciosos vagamente decorados con escaso pero maravilloso mobiliario. Al igual que el resto de la nave, estaban caracterizadas por aquel azul blanquecino que hacía resaltar los enseres oscuros que utilizarían a partir de ahora. Indudablemente, Nympahea era el hogar perfecto para todos los rebeldes. Se decidió que el más usado serían el segundo dada la cercanía de estas salas con la sala de mandos mientras que el tercer nivel sería utilizado como almacén donde depositar los cientos de armas que habían sustraído de Wild Sea. Había tantísimas salas en el segundo nivel que parecía muy improbable que fuese necesario bajar al tercero para ocupar las concernientes a este. 

Christopher pidió que alguien se quedase con él en todo momento en la sala de mandos. Sabía que algunos de los rebeldes no veían bien su reciente incorporación al grupo y además no se sentía bien quedándose solo al frente de toda una nave. Pio, quien había estado trabajando para la NASA antes de que esta fuese disuelta por el gobierno despótico de Lady Halley, accedió a quedarse junto al joven miembro en calidad de algo que se podría definir como copiloto. Además, así podría vigilar bien de cerca los pasos de aquel que él consideraba un pequeño insecto que había logrado colarse en el corazón de Lana hasta cegarla, igual que hizo Anthony antes de ser asesinado. El maorí, movido por aquel innato y fuerte carácter, desconfiaba completamente de aquel dulce niño que tanto había aportado repentinamente a sus amigos. Se convertiría en su sombra para descifrar las intenciones ocultas del pequeño si es que las tenía. Lo importante en aquellos momentos era salir cuanto antes de la base y del planeta. Así que Christopher y Pio se pusieron a trabajar bajo la atenta mirada de sus compañeros, quienes no pensaban marcharse a sus respectivos camarotes hasta asegurarse de que su despegue hubiese salido bien. Durante los inicios de las relaciones entre el ser humano y el espacio exterior hubo tiempo de aprender que el despegue de una nave espacial era uno de los mayores peligros del viaje a través del espacio. Más de un siglo después seguía siéndolo. Difícil era que algo saliese mal en los ascensos de las naves espaciales del momento, mucho más evolucionadas gracias al increíble avance de la ingeniería. Mas las probabilidades de que algo no fuese correctamente seguían existiendo.

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