27. Disolución

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Dinah había estado llorando desde que comenzaron a caminar entre los árboles que minutos antes los habían salvado de aquella monstruosa criatura voladora. La muerte de Jane había sido un golpe demasiado duro para la rebelde asiática que ahora decía encontrarse sola y desamparada, como si una parte de ella hubiese muerto junto a su hermana de cabello verde. Christopher caminaba al lado de la morena, agarrando su temblorosa mano y pensando en alguna manera de poder consolarla. Pero todo lo que se le ocurría al atento chico era insuficiente para cesar el llanto de Dinah Lee. Para colmo, ninguno de ellos había encontrado la cápsula de Alec. Tampoco la de Julieta. La desaparición de esta joven era un agravante del grave estado emocional por el que atravesaba Dinah.

El bosque que anteriormente los había salvado se estaba volviendo una pesadilla. Los árboles se alzaban hacia el cielo con troncos de formas rebuscadas y sus inmensas copas impedían que la poca luz que había llegase al suelo. Caminaban en un oscuro océano de árboles que parecían serpientes intentando subir hacia el cielo. Lo cierto es que el lugar comenzaba a darles escalofríos, pues la temperatura entre los enormes vegetales descendía considerablemente. Sin embargo no se detenían. Después de su encuentro con la primera forma de vida animal de Ragna-III, que no había sido demasiado amable en su recibimiento, los rebeldes deambulaban sin rumbo por aquel laberinto de tinieblas completamente en silencio. Únicamente se escuchaba algún sollozo de Dinah de vez en cuando, pero los rebeldes apenas le prestaban atención. Intentaban guiarse para llegar a algún lugar.

A pesar de carecer de relojes para calcular el tiempo, Pio habría jurado que llevaban horas caminando cuando volvieron a encontrarse con aquel extraño árbol

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A pesar de carecer de relojes para calcular el tiempo, Pio habría jurado que llevaban horas caminando cuando volvieron a encontrarse con aquel extraño árbol. Habían estado caminando en círculos por el mismo sitio, perdiendo el tiempo. El maorí se detuvo entonces y se llevó las manos a la cara, respirando profundamente para intentar calmarse. Por más rabia que le diese tenía que reconocer que se habían perdido, no sólo en el interior de aquel terreno forestal. Se habían perdido desde el mismo instante en que salieron de sus cápsulas. No tenían ningún plan ni tampoco informaciones suficientes para empezar a buscar a los niños. Alec era la única persona que había estado leyendo un poco las informaciones recogidas de la estación espacial Ve-III, pero para su desgracia, Alec estaba desaparecido. Así que habían llegado a un punto muerto en el que había que tomar decisiones sin el pilar fundamental del grupo, Lana. 

— Tenemos que pensar en algún modo de no perder el tiempo —expuso Pio sentándose en el gélido suelo del bosque—. No podemos andar por ahí sin saber qué nos vamos a encontrar. 

— Cierto —afirmó Awhina sentándose junto a él—, pero no sabemos nada acerca del planeta o sobre el paradero de los niños. Ni siquiera sabemos dónde estamos.

— Tal vez podamos averiguarlo —propuso el pequeño Christopher para sorpresa de todos—. En nuestras cápsulas hay biotrajes por si la hospitalidad del planeta no es la esperada. Podríamos cogerlos y utilizarlos para comprender mejor nuestro nuevo entorno. 

— ¿De qué estás hablando? —exclamó Pio sin comprender las palabras del niño—. No sé que son esos biotrajes de los que hablas, pero seguro serían de una gran utilidad. Salvo por el hecho de que están en las cápsulas, en esas llanuras donde casi nos devora un lagarto volador. Y por último, estamos perdidos en este bosque. ¿Cómo pretendes coger los biotrajes?

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