5. Amor y miedo

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La noche fue maravillosa. Lana aprendió muchísimo sobre la vida de Awhina, a la que cada vez tenía más cariño. Aquella joven maorí había nacido en una familia muy concienciada con sus orígenes y sus costumbres, una verdadera familia maorí, algo que Lana habría puesto en duda dejándose guiar por el aspecto de la chica. Tenían muy claro que vivir en Wellington no sería un impedimento para cumplir con sus valores culturales, por lo que Awhina padecía una fusión entre la cultura occidental y la cultura tradicional maorí, teniendo todavía una gran cantidad de recuerdos acerca de su infancia en los bosques y las historias que su abuelo le contaba sobre guerreros maoríes. Casi todos los veranos suponían un regreso a la cultura de la población autóctona de Nueva Zelanda, pues solía pasarlos con sus abuelos en el refugio en el que ahora se escondía junto a Lana y Pio. La cultura maorí, tan amada por Awhina, había comenzado a perecer en el momento en que la Tierra lo hizo también. Los padres de Awhina contrajeron una extraña enfermedad que pronto los llevaría a la muerte. Ella tuvo que vivir permanentemente en el bosque junto a sus abuelos, quienes no dejaban de culpar de todo a una extraña maldición. Aunque la huérfana no había logrado comprender del todo a qué se referían sus abuelos, sabía que estaban convencidos de que la unión de su madre, una mujer maorí, con su padre, un comerciante asiático, había enfadado a sus antepasados. De hecho, advirtieron a la madre de Awhina de que su relación con aquel hombre llegado del lejano Oriente acabaría condenando su existencia y la de toda su familia. Y, en cierto modo, así fue. 

Awhina no creía que sus padres hubiesen muerto por estar enamorados, pero aquello fue lo que tuvo que escuchar hasta bien entrada la adolescencia. Por aquel entonces, sus abuelos ya eran demasiado mayores y acabaron muriendo uno detrás del otro, dejándola sola. Por suerte, tenía al hombre más maravilloso del mundo a su lado, un empresario europeo del que estaba locamente enamorada y que tras haber tenido relaciones sexuales, acabó abandonándola y regresando a su país junto a su esposa y sus hijos. Awhina se quedó sola con su hija, a la que llamó Mere, y su vida se tornó un monótono ciclón de tristeza y soledad que se veía iluminado únicamente por la sonrisa de su pequeña. Afortunadamente, ahora tenía a Pio y Lana a su lado y estaba dispuesta a todo por recuperar a Mere.

Después de que Awhina contase su historia, el fuego, la noche y el insomnio pedían a gritos otra historia más. Pio se decidió a contar la suya. A pesar de compartir un origen común con Awhina, el maorí, Pio no se crio en el ambiente cultural de su etnia que Awhina sí había podido disfrutar. De hecho, se crio en Estados Unidos junto a sus padres hasta haberse convertido en un atrevido adolescente aficionado a la adrenalina y al estudio del espacio. Después de formarse como astrónomo y ganar varios títulos de artes marciales, el joven regresó a Nueva Zelanda como un hombre solitario y serio. Su vida laboral se había ido superando consecutivamente y su vida amorosa era inexistente, aunque a Pio no le importaba en absoluto. La única familia que parecía quedarle era Lana, por eso la apoyaría hasta su último aliento.

Lana estaba emocionada. Tener a esas dos personas al lado la fortalecía de una forma incomparable y decidió que no debía rendirse por nada. Tenía que seguir luchando por sus amados hijos y por aquellas dos personas que estaban sacrificando todo por ella y los niños desaparecidos de Wellington. Su mente comenzaba a divagar en un océano de teorías e informaciones que la acercó a una conclusión. Carlyle había sido un error. La información que había dado sobre el proyecto Kivoo ya era conocida por Pio, incluso la ubicación de los niños en la isla Gran Mercurio. No había sido de ninguna ayuda... Es más, había sido una total pérdida de tiempo. Sin embargo, el despertar de la mañana siguiente fue glorioso. 

No los despertó el sonido de las hojas al bailar con el viento ni el canto de los pocos pájaros que aún se resistían a morir por la contaminación. Fueron los gritos de Awhina los que despertaron a Lana y Pio. Parecía estar muy ilusionada. Sostenía en sus manos unas carpetas, aquellas que Lana había robado del despacho de Carlyle. Lana sonrió, pues creía que aquellas carpetas estaban junto a Carlyle en las profundidades del Pacífico porque ella las había olvidado en el coche, pero Awhina las había cogido antes de que Lana se subiera en el holden y se deshiciese del gobernador. La maorí las había estado hojeando y en su mayoría eran contratos, recibos y cuentas empresariales. Sin embargo, un extraño papel revelaba el secreto que Carlyle y Lady Halley habían querido ocultar. Era un contrato atípico que se apartaba bastante del tipo de contratos permitidos por la ley. El producto vendido era una tierra perteneciente a Nueva Zelanda, que a partir de aquel contrato pasaba a pertenecer a Estados Unidos. Lady Halley había recibido mediante aquel contrato una isla privada, la isla Gran Mercurio, a cambio de asegurar a Carlyle que Estados Unidos lo apoyaría para que su cargo al mando de Wellington fuese vitalicio. 

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