4. Interrogatorio

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El viaje en coche se hizo verdaderamente pesado. Fueron bastantes las noches que tuvieron que descansar en distintos moteles de mala muerte bajo identidades falsas. Finalmente, tras casi dos semanas de un agotador viaje, habían llegado al bosque y la vista era exageradamente espectacular. Los árboles cobraban una forma muy extraña y se elevaban hacia el cielo en forma de serpientes, como dragones que intentaban alcanzar su nido entre las nubes. Estaban totalmente cubiertos por plantas verdes y helechos que los dotaban de un grosor y un tamaño que realmente no poseían. La luz del sol apenas llegaba al suelo, pues la espesura de aquel océano verde dificultaba su acceso, y orientarse en aquel tenebroso laberinto vegetal iba a ser difícil. Además, las cosas se complicaron cuando el efecto del sedante aplicado en Carlyle comenzó a desaparecer. El hombre empezaba a despertarse y necesitaban mantenerlo inconsciente un poco más, al menos hasta alcanzar el refugio de Awhina. La única forma que encontraron de volverlo a dejar inconsciente fue hacer impactar el firme puño derecho de Pio en su cara. Así, Pio pudo volver a manejar con relativa facilidad al gobernador mientras se adentraban en las profundidades del bosque del monte Taranaki. Awhina iba en cabeza, moviéndose ágil por aquel difícil camino, mientras que Lana y Pio sujetaban al hombre y seguían a la mujer, la única persona que conocía la ubicación del refugio. 

El día casi había finalizado, pues el cielo se había teñido de colores anaranjados y rosados que anunciaban la llegada de la noche. Frente a ellos todo parecía seguir siendo igual. Una inmensidad verde de figuras surrealistas. Sin embargo, entre aquellos extraños árboles podían distinguirse unos tablones de madera algo envejecidos. Eran unas pequeñas escaleras devoradas por el paso del tiempo, agrietadas y consumidas, pero todavía resistentes. Seguidamente podía observarse una simple construcción de una única planta. Una casa totalmente hecha con tablones de madera, de aspecto recio y resistente. Lo más llamativo eran unas hermosas ventanas redondas bastante atípicas y un tejado construido de hierba. Podían observarse los tablones de madera que formaban un triángulo recto, totalmente cubierto por una espesa capa de musgo y helechos que camuflaba completamente la casa con el fantástico paisaje del bosque. Era una casa bastante atípica, pero indudablemente hermosa.

Entraron en aquel hermoso refugio y Awhina se alegró al comprobar que todo seguía como siempre. La casa parecía más grande por dentro. Había una gran sala hacia la derecha, donde había una esplendorosa chimenea de piedra que no había sido usada en varios años. Había algunos asientos, unas mesas y una estantería con diversos libros que habían ido acumulando polvo. Después había dos dormitorios diminutos a la izquierda donde apenas había sitio para las camas, individuales y estrechas. Aquellos dormitorios eran las únicas salas ocultas tras paredes, también de madera. Había también una cocina pobre sin electrodomésticos. Era duro. Vivir en el bosque suponía también abandonar los pocos lujos que aún quedaban en la ciudad. A Lana y Pio les pareció que su nuevo hogar era ideal, aunque se extrañaron de no ver un baño o como mínimo algún lugar destinado a la higiene personal. Awhina prefirió guardarse aquel secreto, al parecer algo que dejaría a Lana y Pio sin palabras. Por el momento, Lana se concentró en trasladar un marchito sillón al centro de la sala grande, donde tras sentar al gobernador, lo ataron con ayuda de unas gruesas cuerdas que Awhina tenía guardadas en un cajón de la estantería. Viendo que el golpe de Pio había sido mejor sedante que la morfina, Awhina decidió llevar a sus dos nuevos amigos al sorprendente espacio que tenía reservado para la higiene personal. No estaba muy lejos del refugio, pero era verdaderamente sorprendente.

El hermoso bosque comenzaba a contrastar con un rincón rocoso. El suelo se tornaba más y más marrón hasta llegar a ese punto en que dejaba de ser una hermosa alfombra de musgo y se tornaba un tapiz recio de piedra negra, piedra que a simple vista delataba su origen volcánico. Podía verse a pocos metros del lugar en el que estaban una pequeña elevación del terreno que formaba una zanja circular de piedra volcánica, cuyo interior emitía algo de humo blanco. Vapor de agua. En el interior de aquella zanja había una charca de agua caliente y que deleitaba a cualquiera tan sólo con observarla. Awhina explicó que aquel era el lugar en el que se llevaba a cabo el cuidado higiénico. Una charca de aguas termales, algo que no parecía extraño estando tan cerca del volcán Taranaki. Aquella maravilla hizo que el trío olvidase momentáneamente a Carlyle, pero pronto emprendieron el camino de regreso a su nueva casa. Allí todo seguía igual, salvo por un pequeño detalle. Carlyle había recuperado la conciencia. Awhina agarró un hacha que había cerca de  la puerta y salió hacia el bosque. Además de ir a buscar leña para las gélidas noches del bosque, pretendía dejar aquella parte del plan a Lana y Pio, a los que veía más capaces de llevar a cabo el interrogatorio sin meter la pata.

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