29. Los niños de Wellington I

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La oscuridad del subsuelo sólo era quebrantada por las luces de los biotrajes. Alec y Julieta todavía caminaban por aquella escalera de caracol que seguía hundiéndose más y más en en las profundidades del satélite. Sin embargo compartían la misma emoción al no necesitar el tanque de oxígeno. Ya había en el subsuelo de aquel árido satélite. Era completamente imposible para ellos imaginarse que en el subsuelo de un satélite sin atmósfera de Ragna-III pudiesen encontrar oxígeno. Pero así era y lo cierto es que tenían que agradecerlo, pues depender de un tanque de oxígeno que pronto agotaría sus reservas los angustiaba bastante. A pesar de haberse quitado aquel peso de encima, había dos preguntas que atormentaban la científica mente de los dos miembros más sabios de entre todos los rebeldes. Para empezar no comprendían a qué lugar llevaba aquella interminable escalera de caracol que se hundía en los abismos del satélite. Y además tampoco lograban encontrar una respuesta al misterioso origen del oxígeno natural que estaban respirando y del que carecían en la superficie. Sin embargo, por muy bajos que estuviesen sus ánimos, ambos continuaron descendiendo por la escalera a falta de otra alternativa. Y pronto se sintieron agradecidos de haberlo hecho. 

Y la escalera acabó por llegar a su fin. Al menos eso creía estar viendo Julieta mientras descendía los escalones cada vez a más velocidad. Alec, contagiado por el optimismo de la rubia, comenzó a correr de la misma manera en que ella lo había hecho, alcanzando a su compañera en el lugar en el que la escalera desaparecía con su último peldaño sobre un suelo liso de la misma piedra que formaba la escalinata. Y ante ellos se abría un gigantesco corredor cuyo techo era abovedado, de piedra lisa y bien trabajada, sin decoraciones. A Julieta le recordaba mucho a las estructuras que había visto en los subsuelos de la universidad rusa en la que estuvo estudiando gran parte de su vida. Sin embargo, el lugar estaba vacío y les resultaba muy extraño. El corredor era demasiado magnífico como para estar vacío incluso cuando era evidente que llevaba mucho tiempo abandonado. Lo habían construido con unas magnitudes propias de algo importante, posiblemente diseñado para acoger eventos de gran relevancia. ¿A qué se debía si no aquella monumentalidad? 

— ¿Notas lo puro que es el aire aquí abajo? —interrumpió entonces Alec—.

— No lo había notado —alegó Julieta saliendo de sus pensamientos—. La verdad es que ni siquiera en la Tierra había un aire tan bueno como el que respiramos aquí. Es un misterio. 

— ¿A qué crees que se deberá la existencia de este sitio?

— Pues no lo sé. Espero encontrar la respuesta cuando lleguemos al final del corredor — respondió Julieta señalando algo que Alec no conseguía distinguir—. Aquello parece una persona. 

En efecto, a varios metros de ellos se alzaba una figura imponente entre las sombras del corredor. Se mantenía erguida e inmóvil apoyando su espalda contra una de las paredes del pasillo. Aunque su silueta era claramente humana, su envergadura la convertía indudablemente en algo muy distinto. Casi medía lo mismo que los altos muros del corredor, alzándose muy por encima de las cabezas de ambos rebeldes. Julieta y Alec corrieron hacia allí atraídos por la inusual criatura que los aguardaba, decepcionándose al comprobar una vez llegaron allí que no era más que una escultura adosada a los muros. Pero ahora que estaban más cerca podían comprobar lo excelente de la obra escultórica. La criatura representada parecía una mujer vestida con ropajes muy extraños a la vez que muy bien representados ya que dejaban entrever algunas zonas del femenino cuerpo de manera insinuante. Largos cabellos rizados habían sido esculpidos sobre un torso que habría quedado desnudo de no ser porque la melena de la mujer cubría prácticamente toda aquella zona. Era indudablemente una genialidad escultórica que Julieta no conseguía entender. ¿Qué hacía allí una escultura que representaba a una humana? ¿Acaso aquel lugar lo habían construido humanos que habían estado allí antes que ellos? Con aquellas preguntas en su cabeza siguieron avanzando hasta toparse con unas enormes puertas que permanecían selladas y que bloqueaban el paso a los dos rebeldes. Sobre aquellas puertas había esculpidas una serie de formas que la albina interpretó como símbolos que formaban parte de un lenguaje que para ellos era imposible de descifrar. Pero al menos para Julieta estaba claro que aquello era una inscripción. 

Más Allá De Nuestro MundoWhere stories live. Discover now