24. Separación forzosa

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"Corre, pequeño...
Tras esas puertas aguarda tu salvación...
Vamos, Chris, acciona el botón y corre al interior. Vamos, escapa de esta nave...
Escapa de mí. Vete lejos, Chris, donde nadie pueda dañarte...
Sálvate tú, Christopher... Por lo menos que uno de nosotros pueda contar nuestra historia..."

Lotus, sabia como cualquier otro ser mecánico, intentó convencer al pequeño pero él era reacio a abandonar Nymphaea. No quería dejar atrás a aquellos que ya consideraba su familia, a los rebeldes. Tampoco se veía capaz de abandonar su hogar, aquella gigantesca nave en forma de nenúfar. Pero lamentable o afortunadamente, las palabras de Lotus acabaron por persuadirlo. El niño posó su pequeña mano sobre el botón rojo justo antes de que los hombres de Alice, señora de los Estados Unidos, apareciesen en escena. El niño se tumbó en la cápsula, colocándose los cinturones de seguridad y cerrando los ojos antes de pulsar el botón de eyección. Sólo entonces pudo observarse desde los pasillos de Nymphaea como un pequeño objeto, pequeño únicamente comparado con la gigantesca apariencia de la nave, salía disparado y expulsado a Ragna-III, atraído por la fuerza gravitatoria del planeta.

— Hemos perdido al mocoso —dijo el soldado estadounidense observando a su compañero—.

— Déjalo —decidió su compañero con fuerte acento neozelandés mientras regresaban con su líder a la sala de mando de la nave rebelde—. Tampoco es tan importante.

El ejército estadounidense había recuperado todo su ego al haber logrado hacerse con el control de Nymphaea, la nave de los rebeldes, y por consiguiente haber sometido a los rebeldes, incluida la escurridiza Lana Twain, enemiga férrea de Alice

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El ejército estadounidense había recuperado todo su ego al haber logrado hacerse con el control de Nymphaea, la nave de los rebeldes, y por consiguiente haber sometido a los rebeldes, incluida la escurridiza Lana Twain, enemiga férrea de Alice. La líder estadounidense les había tendido una trampa enorme, escondiendo a sus ejércitos en las entrañas de la estación espacial Hope-MLH. Cuando los curiosos rebeldes se adentraron fue fácil hacerse con la nave y someter a los rebeldes, manteniéndolos atados y prisioneros en la sala de controles. La trampa había sido un éxito. Sorprendente era que ellos no hubiesen opuesto resistencia, tal vez porque la amenaza de ejecutar a Lana y el feto que esta guardaba en su interior era algo con lo que los rebeldes no podrían seguir viviendo. Lana embarazada de seis meses también había sido ideal para mantenerlos sometidos.

— Jaque mate —dijo Alice dando la espalda a los rebeldes—. Ahora ya no hay escapatoria, nada podéis hacer para escapar de mi poder.

— ¿Qué has hecho con Christopher, Alice? —preguntó Lana mirando a su opresora de manera desafiante. Aún estando arrodillada y capturada, Lana seguía conservando su orgullo.

— ¿El mocoso? Ni lo sé, ni me importa, Lana.

— ¿Cómo que no lo sabes? Lo perseguían tus hombres, Alice. ¿Qué le has hecho?

— Yo nada. Esa rata traidora se escapó en una cápsula, pero el espacio se encargará de él.

Lana bajó la cabeza. Se sentía aliviada al saber que el campo gravitatorio de Ragna-III era suficientemente poderoso como para atraer la cápsula de Christopher. Por lo menos allí tendría la oportunidad de sobrevivir e incluso de encontrar a sus hijos, Wendy y James. De haber permanecido en Nymphaea habría muerto como morirían el resto de rebeldes. Lo peor de todo era que su bebé moriría también, sin nombre, sin identidad... Sin haber conocido a su madre y sus hermanos. Sus ojos se clavaron instintivamente en Pio. Él no la miraba, tenía los ojos perdidos en algún lugar del suelo que ahora se manchaba con las botas de los hombres de Alice. Sus lágrimas corrían, pero lamentablemente Lana no las vería, pues tampoco tenía demasiado interés en ellas. Él sabía que había hecho daño a aquella mujer que juró amar y proteger y también sabía que el hijo que estaba esperando Lana era suyo. Recordaba en su mente aquellos momentos en que Lana le manifestó sus temores de ser abandonada por otra chica más joven, más bella o más interesante. A él nunca le habían parecido temores razonables, siempre le pareció que eran inseguridades personales de ella, pero por primera vez, comprendía que Lana no era asustadiza. Era realista.

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