26. Atrapados en el subsuelo

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Los ojos de Julieta se abrieron al fin. Por unos instantes quedó cegada, dejando que toda la luz del sol la irradiase. Pero lentamente pudo recobrar la vista y estudiar a su alrededor en busca de respuestas a muchas dudas que habitaban en su cabeza, todavía afectada por el estado somnoliento en el que había estado. Descubrió que en realidad toda aquella luz no provenía de un astro, sino que eran las luces de emergencia de la cápsula en la que había abandonado la seguridad de Nymphaea. Utilizó todas sus fuerzas para intentar abrir la puerta y salir de allí pero no pudo. La puerta estaba atrancada. Se desesperó. Los niveles de oxígeno en aquella pequeña cápsula comenzaban a escasear. Gritó. Decidió gritar con todas sus fuerzas, sabiendo que era en vano. Y para su sorpresa, recibió respuestas del exterior. Poco a poco, sonido a sonido, Julieta Higgs quedó liberada de la cápsula sobre la que descansaban escombros de otra cápsula espacial. La cápsula de Alec.

La chica sintió rápidamente la deficiencia de oxígeno que tenía la atmósfera del planeta. La sintió tanto en su piel como en sus pulmones, aumentando ambos su temperatura de manera increíble. La chica comenzó a experimentar un dolor que era poco soportable y que la incapacitaba para pensar o reaccionar de manera racional. Sólo Alec pudo hacer algo por ella colocándole el biotraje, una derivación del traje espacial que se adaptaba mucho más al cuerpo, permitiendo mayor movilidad y flexibilidad, y cuyo depósito de oxígeno era mayor al de un traje espacial normal. Posiblemente contenía el mayor depósito de oxígeno conocido hasta el momento, apto para usar durante un par de días seguidos con sus noches incluidas. Claramente, el contenido de oxígeno era finito, por lo que no era una solución eterna.

— Gracias —dijo Julieta más tranquila en la seguridad de su biotraje—. Creí que no lo contaba.

— No cantes victoria —respondió Alec desanimado—. El contenido de oxígeno es limitado y en unos días, lo empezaremos a pasar realmente mal.

— No parece el planeta idílico que nos describieron —observó ella contemplando a su alrededor—.

— Creo que es porque no estamos en el planeta que nos describieron, sino en uno de los cuatro satélites de Ragna-III. 

— ¿Por qué crees eso?

— Sígueme. 

Caminaron a través de aquel desolador escenario, una tierra árida como jamás habían visto

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Caminaron a través de aquel desolador escenario, una tierra árida como jamás habían visto.  En la Tierra, planeta devastado como ningún otro, no había tales niveles de aridez. Y sin embargo, en este planeta se daba un nivel exagerado. El suelo parecía abrirse a cada paso que daban y no había nada a su alrededor salvo tierra reseca. ¿Qué iba a ser de ellos? Alec no se veía tan preocupado como lo estaba Julieta, cosa que tranquilizaba muy poco a la muchacha. Él se detuvo y ello lo imitó, observándolo. Señalaba con su mano hacia el horizonte, un horizonte igual de árido y seco que el resto del paisaje. Pero algo sobresalía por encima de aquella desolación: un edificio. Julieta, que había pasado la mayor parte de su vida estudiando, conocía aquel tipo de estructura. Simulaba ser un tholos, un antiguo templo griego con planta circular y envuelto en columnas. La falta de muros dejaba ver todo el interior de la construcción, completamente vacío y arruinado. Parecía ser muy antiguo y también haber sido destruido o abandonado en circunstancias violentas. Julieta y Alec se adentraron en el edificio y la chica quedó maravillada por lo que estaba viendo. En el techo formado por una cúpula se podían ver muchas decoraciones grabadas en la piedra, posiblemente decoraciones con motivos animales o vegetales, pero las extrañas formas representadas eran desconocidas por los dos humanos. Los ojos de Julieta contemplaban fascinados cada escena representada con laboriosidad, como si estuviese contemplando la cosa más maravillosa del mundo. Y es que realmente estaban ante la primera muestra de vida inteligente más allá de la Tierra. ¿Acaso podía haber algo más maravilloso que eso?

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