30. Los niños de Wellington II

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— Lianna se enfadará si descubre lo que hacemos —susurró el pequeño con una máscara de mapache—. Deberíamos volver.

— Ya te lo he dicho, James —le contestó en voz baja la muchacha con una máscara de mariposa—, nosotros no somos asesinos. No pienso comerme a esas personas.

— Pero la Familia tiene hambre, Wen... ¿No es entonces justo que nos comamos a esos extranjeros? 

— Matar nunca está justificado, James. Y ellos no son tu familia... ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Además, seguramente mamá nos estará buscando. 

— Ojalá —suspiró el niño entristecido—. No me gusta este sitio.

Los dos hermanos encontraron lo que buscaban. Era un pequeño orificio en la pared que se había producido por el paso de los años. Aquello era lo que los hermanos habían estado buscando sin descanso, protegidos por su sigilo y la eterna penumbra de Ragna-III. Pretendían salir de aquel edificio en el que habían vivido por mucho tiempo para liberar a los extranjeros que había encerrados en el sótano exterior como si de ganado se tratase. A pesar de que desde mucho tiempo atrás la joven niña llamada Lianna había asumido el papel de líder del grupo, Wendy no estaba dispuesta a permitir que se asesinase a dos personas por las órdenes de una preadolescente que mostraba claros síntomas de tener trastornos de personalidad. Para ella seguían primando los valores de igualdad que su madre les había enseñado a ella y a su hermano menor, James. Wendy estaba muy orgullosa de ser una Twain y no iba a permitir que ni su reputación ni la de su hermano quedasen manchadas por los deseos de una caprichosa niña psicópata que había decidido practicar el canibalismo.

La joven ayudó a James a encaramarse sobre el agujero y una vez el chico estuvo al otro lado del hueco, Wendy se esforzó por hacer lo mismo, deshaciéndose de las estúpidas máscaras que Lianna había hecho ponerse a cada uno de sus sumisos. Aunque era cierto que no los habían descubierto, la perversa mente de Lianna podía sospechar en cualquier momento. Intentando cruzar al otro lado del agujero era cuando lamentaba haber decidido seguir adelante con su embarazo, cosa que sucedió muchos meses atrás, cuando descubrió que en su joven interior estaba creciendo una vida. Mientras se aferraba al muro con todas sus fuerzas sentía su pesada tripa rozar el frío de la pared por la que se estaba fugando junto a su hermano menor. Con mucho trabajo logró cruzar y salir al exterior, donde comprobó sigilosa que nadie los estuviese vigilando. Agarró la pequeña mano de su hermano y avanzó tan rápido como su avanzado estado de buena esperanza se lo permitió. A causa de su embarazo llevaba algún tiempo sin participar en las misiones de grupo que eran lideradas por Lianna. Por eso, al salir por primera vez de nuevo al exterior, su corazón le dio un vuelco. Sentía arder en ella la llama de la esperanza, la esperanza de poder librar a su hermano y su futuro hijo de vivir en aquella pesadilla. 

Alcanzaron así las pequeñas puertas que sobresalían del suelo de la desierta ciudad, a pocos pasos de la entrada de aquel edificio. Habían sido cerradas con una cadena que encontraron en una de sus expediciones por las distintas calles de la urbe. James se dio toda la prisa que pudo para deshacer el lío que había con la intención abrir las puertas a los extraños. Aunque los hermanos no sabían cuánto tiempo les quedaba exactamente para rescatarlos y huir de la ciudad, Wendy sabía que no era demasiado. El olor de una hoguera delataba que el grupo ya casi estaba listo para ir en busca de sus presas y cometer así el peor de los crímenes: el canibalismo. Abrieron las puertas y asomaron sus cabezas al interior de aquel pequeño sótano, descubriendo así a un niño no mucho mayor que James intentando reanimar a una mujer inconsciente. Wendy se apresuró a ayudar a los prisioneros a salir de su prisión, horrorizándose al pensar que aquel niño podría ser su hermano. Un escalofrío recorrió su cuerpo al imaginarse en aquella situación, así que se apresuró a colocar un brazo de la desconocida sobre sus hombros y el niño se colocó el otro de la misma manera, cargando así ambos con el peso de una inconsciente Dinah Lee. Emprendieron así una rápida huida a través de las calles de aquella ciudad perdida en el tiempo. 

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