12. Endor, el Fin del Mundo

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Los ejércitos de Nueva Zelanda y Estados Unidos eran verdaderamente lamentables. Aún habiendo unido sus fuerzas eran incapaces de atrapar a cuatro personas sin ninguna habilidad especial. Lana estaba cada vez más convencida de ello, pues no sólo no conseguían atraparlos. Eran incapaces de vigilar correctamente sus bases y territorios y estaban mucho menos capacitados para mantener bajo control a sus naves y medios de transporte. Por aquel mismo motivo fue muchísimo más fácil adentrarse en el puerto donde días antes se había estrellado el yate de Alec. Caminaron sin demasiado sigilo por el lugar y observaron el sitio en el que guardaban los transportes aéreos. Una vez que Pio divisó un pequeño patio, decidieron darse más prisa y alcanzar los helicópteros y aviones que allí había almacenados. No es que Lana y el resto de los rebeldes fuesen exageradamente fuertes, inteligentes o hábiles. Eran personas normales. Sin embargo, los ejércitos sí eran exageradamente estúpidos, pues los rebeldes fueron capaces de hacerse con una avioneta, llenar el depósito de esta y salir de la isla sin ser avistados. ¿Qué clase de personas estaban defendiendo los países?

A través de aquel campo de nubes se alejaron de la isla Gran Mercurio y de todo el archipiélago. Lana miraba con tristeza por la redonda ventana, clavando sus pupilas en el espeso campo azul que estaban sobrevolando. Era tan hermoso que daba verdadera lástima pensar que en un tiempo tan próximo como estremecedor todo sucumbiría a la extinción. La mujer sentía un profundo dolor en el pecho, una angustia que cortaba su respiración. Los anhelos de encontrar a sus dos hijos apenas la habían dejado pensar con claridad como lo hubiera hecho una mujer civilizada como ella. El recuerdo de sus pequeños invadía ahora sus pensamientos y era una tarea imposible contener las lágrimas que luchaban por liberarse. ¿Qué podían estar haciendo ahora sus hijos? ¿Estarían bien? ¿Se acordarían de ella? Una madre jamás debería pensar esas cosas y desgraciadamente Lana lo estaba haciendo. Afortunadamente, un firme brazo pasó por su espalda. Alec la atrajo hacia él y la abrazó, pues la conocía a la perfección y sabía en qué estaba pensando.

— Los encontraremos, Lana. No te preocupes.

— ¿Nunca has pensado en lo grande que es nuestro mundo? ¿En lo que estamos perdiendo?

— Lana, es inútil pensar en eso ahora. Ya no podemos remediar lo que va a suceder con la Tierra. Claro que nuestro planeta es realmente especial... Es el hogar que nos vio nacer, que nos dio las herramientas que necesitábamos para ser lo que ahora somos. Pero pensar en lo que perdemos es ahora una gran pérdida de tiempo. Tienes que estar fuerte.

— Estoy cansada, Alec... No quiero convertirme en una asesina ni en una líder revolucionaria. Yo lo único que quiero es recuperar a mis hijos, nada más.

Era evidente la frustración personal que Lana estaba atravesando. Cualquier palabra que pudiese decirle era algo totalmente inútil. Sabía que Lana estaba completamente desquiciada porque al igual que ella, Alec también ansiaba con todas sus fuerzas volver a abrazar a Lord. Evidentemente, Lana tenía muchísimas más ganas, pues uno de sus dos hijos apenas tenía diez años. Consciente de que aquella mujer no sería calmada por ninguna frase en particular, Alec decidió guardar silencio y abrazarla con firmeza como solían hacer en el ejército, cuando las cosas se ponían difíciles y ambos temían perder la vida. Lana se dejó abrazar. Las lágrimas seguían cayendo de aquella forma tan extraña en ella, caían sin fuerza en un vuelo libre que las llevaba a una muerte asegurada. El apoyo de su amigo era algo que valoraba pero que con el tiempo valoraría mucho más. Ahora, con aquel simple abrazo estaba combatiendo un dolor que nada podría sanar, pero que sin embargo disminuía con aquella hermosa muestra de afecto. 

Awhina se acercó entonces. Se sentó en el blanco sillón que había frente a los que Lana y Alec ocupaban. Aunque Pio estuviese manejando la avioneta sin un rumbo fijo, podía escuchar perfectamente lo que hablaban sus compañeros. Así que era el momento de escuchar a Lana. No hizo falta preguntarle para que ella misma iniciase su discurso. Ahora jugaban con cierta ventaja, pues ya conocían muchos datos sobre el proyecto Kivoo y les sería muchísimo más fácil enfrentarse a las inútiles fuerzas de los corruptos gobiernos que regían aquel mundo en ruinas. No obstante, Lana era consciente de que carecían de algo necesario si querían llegar a Ragna-III en busca de los niños. Carecían de aquel equipo especializado sin el que les sería imposible emprender una aventura de tal magnitud. Por eso había decidido emprender el viaje a Endor, la tierra del Fin del Mundo.

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