11. El infiltrado

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Anthony ocupó el tapizado sillón que Alec había ocupado anteriormente. Como el inseparable amigo de Lana había sellado todas las puertas y compuertas de la base, ahora se hallaban atrapados en aquella sala de control. Sin embargo, Anthony advirtió que en realidad aquella sala también funcionaba como sala del pánico. Todos se miraron entre sí. Era algo bastante inusual que una base tuviese una sala del pánico, pero Wild Sea la tenía. Lana observó de una forma extraña al muchacho porque ella tenía mucha experiencia militar y jamás había oído que las bases constasen de salas del pánico. ¿Comenzaba a desconfiar de él? Apenas con un par de minutos, Anthony tuvo el tiempo suficiente para abrir una diminuta compuerta situada no muy lejos de aquel amasijo de botones y palancas. De hecho, era una compuerta tan pequeña que tuvieron que gatear para poder entrar en ella y siguieron en aquella postura durante varios minutos hasta que pudieron ver el final de aquel pequeño pasadizo secreto que los estaba sacando de Wild Sea totalmente ilesos. Lana sintió la fresca brisa del amanecer. Habían pasado toda la noche en aquella horrorosa base militar pero al fin habían salido de ella y estaban completamente sanos y salvos. Y todo era gracias a Anthony, aquel misterioso muchacho cuya repentina aparición había sido como un milagro para ellos. Pero todos sabían que los milagros no eran posibles.

La noche ya había quedado atrás y las estrellas comenzaban a desaparecer en aquel hermoso cielo anaranjado de las islas Gran Mercurio

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La noche ya había quedado atrás y las estrellas comenzaban a desaparecer en aquel hermoso cielo anaranjado de las islas Gran Mercurio. La mujer miró a su alrededor, comprobando que todos los miembros de su equipo estaban bien. Gracias a Anthony habían logrado escapar y Lana necesitaba agradecérselo. Pretendía unirlo al grupo de los rebeldes, pero aquella noticia detonó entre los cuatro amigos. El más irritado, como acostumbraba a suceder, era Pio.

— No... No puedo permitir que eso suceda. Lana, ¿dónde ha quedado tu sentido común?

— ¿De qué estás hablando? Anthony nos ha salvado. Si no hubiese sido por él no sé que hubiera pasado.

— No esperes que eso me haga confiar en él. Cualquiera en su sano juicio se daría cuenta de que este niño solo pretende ganarse nuestra confianza para acabar con nosotros.

— ¿Cuando te volviste tan desconfiado, Pio? Anthony debe quedarse y punto.

— ¿Y vosotros no vais a decir nada? —dijo Pio mirando a Awhina y Alec—. ¿Acaso no opináis igual que yo? ¿Soy el único que ve con claridad que Anthony es un infiltrado de esa tal Alice?

Un silencio sepulcral se impuso entre los rebeldes. Lana y Pio observaban enfurecidos a sus compañeros, esperando que estos tomasen una decisión acerca de Anthony. Pero lo cierto era que tanto Awhina como Alec veían en Lana y Pio el mismo porcentaje de certeza. Aunque tenían motivos para confiar en Anthony, era demasiado pronto para poder considerarlo uno más de ellos. ¿Qué se suponía que debían hacer? Estaba claro que si el plan era ir a Ragna-III en busca de los niños era necesario un equipo como el que Anthony había descrito. Era una persona necesaria para el grupo y temores de conspiración aparte, tenía que quedarse con ellos para que su misión y todo lo que habían hecho hasta ahora no careciese de sentido. Así fue como Pio tuvo que morderse la lengua y callarse, resignarse a aceptar a Anthony como nuevo integrante del grupo de rebeldes. Después de que todos volviesen a tranquilizarse, Lana decidió buscar un refugio. Seguramente pondrían toda la isla patas arriba para encontrarlos. Anthony aseguraba que conocía un lugar muy atípico y resguardado en el que podían refugiarse hasta que los ánimos se calmasen. Sin pensarlo dos veces, Lana decidió obedecerlo y seguirlo.

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