9. En manos del enemigo

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Llevaban días caminando por aquellos lugares del norte de Gran Mercurio y Awhina parecía bastante sorprendida por el paisaje de la isla. Se encontraban en las inmensas llanuras del norte por las que antes reinaban los bosques y paisajes forestales. Ahora solo quedaban praderías y no había casa alguna, pues la isla era privada. 

Gran Mercurio era la isla más grande del archipiélago Mercurio, compuesto por otras cinco islas. Únicamente el sur de esta isla había permanecido casi virgen, por lo que en su mayoría estaba cubierto por frondosos y espesos bosques. Era una isla de muchos contrastes, con unas pocas ruinas de lujosas mansiones que antaño pertenecieron a nuevos ricos y que ahora estaban abandonadas y regidas por la muerte. Dado que se encontraban en la zona norte, apenas había otra cosa que no fuesen las desérticas praderías de aspecto estepario por las que vagaban sin rumbo aparente. Pero Lana sabía perfectamente hacia dónde se dirigían. 

La base Wild Sea, un asentamiento científico ubicado en unos acantilados cercanos al puerto que el yate de Alec había destrozado, tenía que estar relacionada directamente con el proyecto Kivoo, pues era la base que antaño se utilizó para lanzar cohetes e investigar asuntos de astronomía y aeronáutica en Nueva Zelanda. Quedaba camino por delante y era bastante evidente que tarde o temprano los ejércitos de EE.UU y Nueva Zelanda acabarían por descubrir el engaño. Tenían que darse prisa. Caminaban a través de aquel antiguo bosque completamente arrasado por el hombre. Alec era el último y también el más asustado de los cuatro. Constantemente examinaba su alrededor en busca de algo que sabía iba a llegar. Por suerte para él, lograron avistar Wild Sea sin haberse encontrado con el más mínimo problema. Aquello era un gran logro. 

Ya desde lejos fueron conscientes de la alta seguridad que rodeaba aquel lugar compuesto por varios edificios. Una enorme valla metálica rodeaba la base y constantemente se veían hombres armados paseándose por aquellos parajes. Posiblemente los ejércitos y gobiernos ya eran conscientes de que no se habían suicidado y habían logrado penetrar en la isla, pues de no ser así ¿a qué venía tanta seguridad? Parecía bastante imposible penetrar en aquel lugar mientras el sol brillase con fuerza. Sería mejor esperar al anochecer, así que Lana decidió descender hacia la playa, donde les resultaría más fácil esconderse hasta que la noche jugase a su favor. Las enormes dunas de arena de la playa serían su cobijo durante aquellas cinco o seis horas, hasta que la luna les permitiese seguir avanzando.

Se sentaron en una pequeña zona hundida y escondida entre las dunas que se alzaban hacia el cielo intentando apoderarse de las nubes, siempre en vano. Alec parecía bastante nervioso. De hecho, Lana lo había visto llorando a escondidas. No quiso molestarlo antes, pues era un comportamiento más que lógico conociendo del modo en que lo conocía. Alec era un hombre duro, firme, pero a la vez, sensible y extremadamente frágil. Por eso, Lana sentía la necesidad de hacerle saber que ella estaba ahí, que su relación no había cambiado por muchos años que llevasen separados. Se acercó a él y lo abrazó, consciente de que si había un momento en el que podían hablar con tranquilidad era aquel instante. Se sentaron en el suelo y Alec acabó confesando su nerviosismo y sus temores, miedos comunes en los tres amigos que lo acompañaban. Era algo bastante normal que Lana comprendía a la perfección, pero muy pronto acabarían venciendo a sus demonios, y todo aquel infierno acabaría para siempre, o al menos eso se empeñaba en creer la mujer castaña. Los dos amigos se abrazaron y continuaron charlando, aunque en un determinado momento, Lana desvió su atención hacia Pio y Awhina. Estaban sentados a cierta distancia de ellos, sonriendo y dedicándose miradas momentáneas que siempre acaban con los dos separados. Aquello molestó un poco a la líder del grupo. No obstante no era momento de sentimentalismos. Era necesario planear una entrada brillante y Lana tenía que aprovechar aquellos momentos de calma para pensar con frialdad. Se despidió cariñosamente de su amigo Alec y desapareció entre las montañas de arena.

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