Cuando Syphiel por casualidad visitó aquel poblado, unos niños se le acercaron y le contaron lo que sabían acerca de los misteriosos ruidos lastimeros que tenían en constante zozobra al pueblo entero. Ella, muy amable, se ofreció a visitar las cuevas e investigar la causa de semejantes alaridos. Vadeó una colina y se adentró en los bosques que circundaban las afueras de la pequeña cuidad, en donde le habían dicho que podría encontrar las famosas grutas. Se aproximó con sigilo y se quedó quieta. No tardó mucho en comprobar la veracidad de las palabras de los aldeanos, pues un estridente chillido de dolor que emanaba del interior de la tierra la hizo sobresaltarse. Aunque le temblaban las piernas y un sudor frío le recorría el rostro entero, tomó fuerzas al pensar en el bienestar de los habitantes del pueblo, y entonces decidió entrar al sitio. Cuando llegó a las profundidades de la caverna, un hedor mohoso inundó sus narices y la hizo toser sin control. Casi no se podía ver nada, por lo que decidió tocar una suave melodía, la cual le serviría para generar un poco de luz que le permitiera orientarse mejor. Unos minutos después, Moa detectó la presencia del intruso y se enfureció muchísimo debido al molesto ruido y la irritante luminosidad que traía consigo para molestarla. No podía creer que alguien osara a irrumpir en su hogar y quitarle la paz. Se incorporó a duras penas y fue a encarar al entrometido. Al notar que era una mujer embarazada, se le vino a la mente un encantamiento específico para maldecir a su hijo no nacido.

—Con el poder que me confieren los seres que residen en las más densas tinieblas, te maldigo. El fruto de tu vientre acarreará desgracia, sufrimiento y dolor para toda la humanidad. Llevará en su alma la marca del rencor... Y si no quieres una doble maldición, aléjate en este instante, y quizás te perdone la vida —exclamó la furibunda Moa.

Syphiel obedeció sin dilación, y corrió despavorida hacia el pueblo. Cuando por fin llegó, cayó desmayada en frente de una casa de madera. Una viejecita salió de allí un rato después y, al percatarse de que había una joven preñada tirada en el suelo, se apresuró a pedir ayuda para levantarla y llevarla con el único médico del lugar para que la examinara. La auscultación no indicaba que hubiese ningún daño en la madre o en el niño, así que fue dada de alta, pero se le recomendó reposar unos días. La anciana se ofreció a hospedarla mientras recuperaba sus fuerzas para continuar viajando. Syphiel agradeció muchísimo las atenciones de la señora, pero no se atrevió a contarle ni a ella ni a nadie más sobre el terrorífico episodio en las cuevas. Dos semanas después, la muchacha emprendió el regreso hacia su tierra natal, para quedarse allí unos meses junto a su esposo.

Todo apuntaba a que la maldición de Moa no había sido verdadera, pues Syphiel no sentía ningún tipo de cambio en su cuerpo. Sin embargo, el consejero real de su nación comenzó a tener visiones premonitorias sobre ella dando a luz un engendro siniestro que destruiría a su pueblo y traería consigo incontables desgracias. Sin dilación, le contó al rey lo que había visualizado, y éste, atemorizado en sumo grado, envió varias de sus mejores tropas para que se encargaran de prender a la joven para matarla. Uno de los sirvientes del castillo, quien era muy amigo de Christoffer, escuchó el edicto del rey y entonces corrió a enviarle una paloma mensajera a su camarada para avisarle sobre lo que pretendían hacer con Syphiel. Tan pronto como le llegó el mensaje, Christoffer alertó a su consorte para que huyera y se ocultara en la casa de campo que ambos habían construido en medio del bosque. Él permanecería en el pueblo para distraer a la guardia real y desviarla por otro camino.

Cuando los soldados llegaron, venían acompañados de una turba de aldeanos que querían ayudar a cazar a la joven y a su engendro maldito. Cuando se encontraron con que no había ni rastro de ella, le exigieron a su esposo que les dijera dónde la ocultaba, pero él les dio una dirección falsa. No tardaron en percatarse de que habían sido engañados, por lo que algunos campesinos regresaron al pueblo y asesinaron a pedradas al mentiroso. Mientras tanto en la casa de campo, Syphiel comenzó a tener dolorosas contracciones y fuertes espasmos acompañados de fiebre y vómito, a pesar de que aún le restaba un mes y medio para el parto. Estaba muy debilitada como para moverse y salir a pedir ayuda. Dándose cuenta de que quizás moriría muy pronto, tocó una canción de cuna como regalo de bienvenida al mundo y de despedida de ella para su bebé. Dio a luz por la noche, cuyo cielo despejado exhibía una preciosa luna llena que iluminaba con intensidad las miles de rosas blancas que circundaban a Syphiel y a su hija, a quien sostuvo por unos muy breves instantes en sus brazos y le puso por nombre Nahiara. Poco después, la desdichada joven exhaló, con la pequeña estando aún en su seno...

Varios años después de aquel trágico acontecimiento, Nahiara regresó al sitio donde nació, con el objetivo de buscar el cadáver de su madre y así averiguar más sobre su pasado. Posó sus manos sobre las sienes del deteriorado cuerpo de Syphiel y estableció una conexión espiritual que le permitió ver todas las memorias que ella guardaba. Las crudas imágenes que vio llenaron a Nahiara de un odio todavía mayor del que ya había en su corazón, agregando así un motivo adicional para vengarse de la humanidad. A manera de honra para su fallecida progenitora, la Nocturna decidió comenzar a utilizar las rosas blancas como el emblema oficial de la Legión de los Olvidados...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now