#34 - SIEMPRE LÉEME.

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Papá y mamá tienen un letrero gracioso enorme en las manos con el que de lejos me reciben: "Bienvenida" y en el mismo letrero una lagartija verde. Supongo que, diseñada por sus propias manos. Le sonrió de lejos, me detengo a esperar a Martha y Carolina. Discuten sobre algo y les apresuro. Junto a papá se encuentras también los padres de estas dos disputadoras.

—¡Y pensar que aún me quedan cinco años a lado de ustedes! —Mascullo acompañando la expresión de un suspiro de angustia mientras se acercan.

—¡Marta dejo mi sweater rosa en algún lugar desconocido de Londres a México! —Ruge Carolina. —¿Puedes creerlo Zoé?

—¡Por Dios! Yo no te dije que me lo dieras, —se defiende mientras avanzamos a la puerta de salida. —Tú quisiste ser buena samaritana aun cuando te dije que no era necesario.

—¡Mal agradecida! —Pelea nuevamente Carolina. Martha se ríe. —¡Estabas muriendo de hipotermia en el avión y fui amable!

—Arruinaste mis planes, yo quería que el guapote de a lado me abrazara. Y tú de noble. —Carolina se detiene de golpe. —Oye, uno nunca sabe cuándo el amor de su vida se puede sentar a tu lado, ¿no? —Añade Martha. Ambas ríen y se empujan.

Las puertas de cristal se abren y extiendo los brazos a papá. ¡Benditas vacaciones! Me lanzo a sus brazos y me estruja en ellos. Mamá me besa la frente.

—¡Por fin en casa lagartija! —Me dice papá.

—¿Me extrañaron? ¿No? Si, lo sé. —Se les dibuja una enorme sonrisa en el rostro. —Muero de hambre.

—Yo también, —dice Martha.

—Podemos comer todos en casa si gustan, —sugiere mamá.

—Ay no, —me quejo entre dientes, —tengo un año compartiendo habitación, exámenes, ropa, comida y angustias con estas dos, ¡no empieces! Que coman en sus casas.

—Eres una cruel. —Carolina me pega en la cabeza.

Después de aclarar que es una broma, salimos al estacionamiento, nos despedimos y cada quien parte a su casa. ¡Cancún! Siento lo cálido del sol entrando por la ventana. Advierto una carretera despejada mientras salimos del aeropuerto, le indico a papá que abra el quemacocos para salir y sentir la brisa, extiendo los brazos.

—Cariño, estás consciente que no estas grabando Titanic y que en cualquier momento una rama te puede tumbar los dientes. —Señala mi madre.

—Pierde cuidado mamá qu... —¡Zaz! la hoja de una palmera, de esas que están sobre los camellones de la carretera me golpean el hombro. —¡Rayos! ¡Uagrr!

Otra más rosa mi cara e intento cubrirla rápidamente con mi antebrazo. Me resbalo lo más rápido que puedo para caer sobre el asiento y me tallo la mejilla. Ambos me miran por el retrovisor. Contienen la risa.

—¿En Londres no hay palmeras en las orillas de las carreteras? —Ironiza papá.

—No. A demás en Londres conducen de lado izquierdo lo que significa que de haber sido este un auto inglés, con un conductor inglés, esa palmera no me hubiera tocado. —Mientras intento justificar mi descuido veo a unas cuantas calles mi antigua preparatoria. Siento un nudo en el estómago. Papá indica que doblara a la izquierda. —Oye, no, espera. Puedes pasar cerca de la escuela por favor.

—Zoé ¿no tienes hambre? —Le mantengo la mirada fija rogándole que se acerque. —Bien, claro. Solo un momento —Continúa derecho, se acerca y se detiene.

—Sí, solo un momento. —Afirmo. Veo algunos autos estacionados, lo que me hace suponer que solo el personal de oficina está trabajando en vacaciones.

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