LA CAÍDA DE ELIARE: PRÓLOGO

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—Elliot, ¿te sucede algo?

Claro que le sucedían muchas cosas, Elliot resopló cansado de que todos esos idiotas le hicieran la misma pregunta. Y sí, había muchas cosas en su cabeza, pero era inútil pensar en ellas porque ya no se podía hacer algo.

Se alejó para patrullar la zona, estaba aburrido y prefería matar infectados a tener que soportar la genuina preocupación de sus compañeros.

Fue entonces que subió por una colina y comenzó a caminar al notar un rastro de sangre. Apenas se agachó un poco cuando un sonido le hizo sentir un escalofrío.

No había nada. O nadie.

Pero algo era seguro: su curiosidad ante lo desconocido. Siempre había sido así, curioso, y su madre siempre le dijo que eso algún día le traería problemas, pero Elliot poco escuchó sus reproches, como ahora, que seguía el rastro de sangre sin deparar en que ya se había alejado mucho de su puesto.

La colina continuó junto a la sangre casi seca, las rocas y tierra en su mayoría habían absorbido el líquido. Se deslizó por un costado y llegó hacia una entrada.

—¿Había una cueva así…?

Se adentró en ella porque ya no le quedaban más razones para vivir. Había perdido a todos los que amaba en el brote de Cedra y si moría aquí no podría estar más agradecido. Incluso si sostenía su arma con la mira bajo su barbilla para poder dispararse en caso de ser atrapado o no ver salida, Elliot creyó que sería buena idea regresar sano y salvo a Eliare.

Fue entonces que siguió los pasadizos, apenas cabía, pero gracias a que era omega y su cuerpo de por sí era pequeño, pudo deslizarse sin problemas por una apertura. Se arrastró siguiendo el rastro de sangre.

Y después encontró a un animal muerto, supuso que había sido al revés, algo había arrastrado a este animal hacia la parte exterior. Pasó de él.

—Bien, Elliot, ¿tu mamá no te dijo que no te metieras en cuevas donde ni Drácula se atreve a entrar? Porque aquí fácilmente alguna cosa te jala y ni tiempo tendrás para gritar —se dijo a sí mismo—. Debí hacerle caso a mi mamá…

Saltó hacia una pequeña apertura, pero su peso terminó por derrumbar la roca y continuó cayendo. Su grito hizo eco por todo el lugar y aunque su propio subconsciente le gritó que era un imbécil por hacer ruido, Elliot no asimiló que estaba siendo muy escandaloso.

—¡Mierda! —Bramó.

Se quedó unos segundos tirado en el suelo, su uniforme había alivianado bastante la caída, pero podía sentir la sangre manar de una pequeña herida en su rostro.

Recobró la compostura apenas un poco para perderla segundos después.

Elliot ahogó un grito al tiempo que su corazón se encogía en su pecho. Su respiración arrítmica casi le causa taquicardia cuando sus ojos observaron la zona donde había caído.

No tuvo el valor para ponerse de pie cuando ese chico lo observó.

Sus ojos morados brillaron con peligro y se levantó de la pequeña cama hecha con pieles de animales, a unos cuantos metros se encontraba un animal destazado.

—¡No me comas! —Elliot se arrodilló—. ¡Te daré lo que quieras! ¡Pero no me comas, no sepo rico y no me he bañado en una semana! ¡Tengo el cabello grasoso, apesto a sudor y tuve sexo hace dos días! ¡Te lo juro! ¡Incluso los infectados se alejan de mí y me volví el repelente oficial de mi ciudad por lo mal que huelo!

El chico se agachó a su altura.

—Tú eres igual que yo —el chico alzó su rostro—. Diferente a su manera.

—¿Iguales? Ugh, sí… Somos omegas, ¿eres humano?

Los ojos morados del chico volvieron a brillar.

—¿Humano…?

—Sí, eres omega, ¿no? ¿Qué haces aquí en esta cueva? Espera… ¿Vives aquí? ¿Cuál es tu nombre?

—No recuerdo mucho —el chico continuó examinando su cuerpo—. Sólo recuerdo un llanto, el llanto de un bebé… Y fuego.

—Ah… ¿no sabes entonces cómo te llamas? Si no tienes hogar, ¿por qué no vienes conmigo a Eliare? Es una ciudad bastante grande ahora que Mictlán llegó al continente. Te vamos a recibir con los brazos abiertos.

—¿Eliare? Lo siento… Eres el primero que veo, a excepción de él, y no logro recordar nada. ¿Qué hay allá afuera?

—Eh… ¿Humanos? ¿Infectados? ¿Nivus?

—¿Tú y yo somos humanos?

—Pues sí —Elliot se rascó la cabeza—. Eres omega y no puedes infectarte, si no eres humano entonces no sé qué carajos eres. Ven conmigo, el invierno pronto va a llegar y te vas a morir de frío aquí dentro.

El chico se dejó arrastrar hacia afuera, notó que estaba mirando hacia una parte en específico y aunque también lo hizo, poco pudo ver gracias a la oscuridad que la cueva tenía. Elliot salió corriendo de ese lugar y se ubicó en la zona.

—Ah, con razón no habíamos encontrado este sitio, es un punto ciego. Me llamo Elliot, ¿cómo prefieres que te llame?

El chico se detuvo, pareció analizar su respuesta y después sonrió, sujetando su mano y trepando a su par. Una vez con el sol iluminando su rostro, Elliot se percató de lo frágil y salvaje que parecía ser ese omega. Su cabello largo y esos ojos morados le daban un aire de fiereza, de peligro. Llevó una mano sobre sus labios y ladeó su cabeza, dándole una imagen más servicial y amable.

—Él me llama Kaz.












PRÓXIMAMENTE
AGOSTO 2024.








La Caída de CedraWhere stories live. Discover now