35.5| Especial cumple de Cameron

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Mi mamá una vez me contó que se enamoró de papá en el momento menos esperado, y cuando se suponía que lo único presente en su vida era sobrevivir.

Sobrevivir a un mundo que poco a poco se caía a pedazos.

De niño me encantaban las historias de mi madre luchando por su vida, peleando contra monstruos que querían terminar con su vida y saliendo victoriosa como una guerrera. Aunque… pensándolo bien, todavía me encantan sus historias.

Mi mamá era una importante empresaria y era de las que siempre se lamentaban por el error de un hombre o, mejor dicho, de un alfa, pues decía que mis abuelos siempre la habían amado y nadie a su alrededor la juzgó por ser omega. Aunque a veces había disgustos por parte de terceros, mi mamá decía que eso no importaba porque sus seres queridos la animaban siempre a ser la mejor y demostrarles que no importaba si era omega, ella era la próxima líder de la empresa familiar.

Cuando veía a William luchar contra los monstruos, tomando su arma y disparando sin dudar, me preguntaba si alguien alguna vez le dijo lo fantástico que era. Y si yo se lo decía, ¿cómo iba a reaccionar?

¿Acaso iba a enojarse conmigo?

Mi papá dice que los omegas son difíciles de enamorar, y aunque el amor viene de muchas maneras, a veces pienso que enamorarse de William implica más que sólo enamorarse.

Nunca me he enamorado.

Es la primera vez que alguien me gusta.

Y también es la primera vez que la persona que me gusta me provoca muchas ganas de llorar.

Creía que era inmune a muchas cosas, que al ser un híbrido podría vivir entre humanos e infectados, pero parece que suelo ser rechazado por ambas razas, pues los humanos me quieren matar y los infectados comer.

William me quiere lejos de él, pero no tan lejos, pues es complicada su forma de pensar y de actuar.

Cuando era niño vivía lejos de los humanos de la ciudad, y dentro de una isla que papá había descubierto explorando mientras buscaba algún lugar donde pudiera vivir con mamá. La isla era demasiado grande y sólo estábamos pocas… bueno, pocos.

Mi padre siempre fue seguido por humanos que anteriormente se habían acercado sin saber que estaba enfermo, cuando lo supieron se dieron cuenta de que no era peligroso y mantenía alejados a los infectados, fue que lo siguieron. Algunos infectados se sumaron prometiendo no lastimar humanos. Fue tan difícil que papá tuvo que crear bozales para los infectados y los humanos estaban tan controlados que nunca había ocurrido un accidente.

Además de que todos eran conscientes de que algún día podría ocurrir una tragedia.

Mi casa, por su parte, era muy grande, mis hermanos y yo corríamos juntos y jugábamos en el mar junto a los demás niños. La isla prosperó siempre al tener un lugar donde pescar y el gran cenote que se encontraba en una cueva servía como suministro.

A veces extrañaba mi casa.

Pero mamá decía que estaba bien querer explorar y que Tom prometiese cuidarme era un plus para mí, de esta forma me habían dejado venir cuando Luther nos encontró un día.

—Quizá mañana pueda mandar una carta.

—¿A quién vas a mandarle una carta, Amer?

William me hizo brincar cuando apareció de pronto, odiaba que mis sentidos se durmieran si él estaba cerca de mí, se suponía que no debía ser así, pero me sentía seguro con su presencia.

—A mis papás, mi tío me ayuda a mandarles cartas.

Esos ojitos azules parpadean curiosos, William se recargó en su arma como si ya no tuviera miedo de que se le pudiera disparar, o quizá sin medir el peligro que representa tener la boca de la metralleta justo bajo su barbilla. Una de sus manos sostiene el arma y la otra está posada en su cadera.

La Caída de CedraWhere stories live. Discover now