42| Posibilidad

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Dos criaturas corrían debajo de la oscuridad. Sus brazos ligeramente más alargados servían para una estabilización más profunda al correr en sus cuatro patas. Los nudillos de sus dedos se mantuvieron protegidos gracias a los cayos que se creaban de manera natural. Corrían chillando, creando olas de sonidos apenas audibles, vibrantes e insonoros para la mayoría de las demás criaturas con las que compartían su hábitat. Desafortunadamente, no tenían respuestas de sus demás compañeros al encontrarse solas. Las criaturas gritaban preocupadas por alguna extraña razón, por supuesto, ellas no tenían ni la menor idea de que ese dolor en su pecho era gracias a la preocupación que sentían tras haber visto a su cachorro saltar hacia otro territorio.

Ellas lo cuidaban porque para eso habían sido creadas, no lo habían parido, pero sabían que su deber en esta vida era cuidar de él así y murieran haciéndolo. Tampoco comprendían cómo es que habían llegado a pensar tal cosa, sólo lo sabían.

Su instinto se los ordenaba.

«Protejan al cachorro»

«Ustedes dos fueron mutados para proteger al cachorro»

«Si lo pierdes, también perderás tu sentido de existir»

Las criaturas agonizaban, una gritó tan alto que las aves se elevaron por el cielo graznando y advirtiéndoles a todos de sus presencias. La otra aceleró su paso.

Pero antes de poder regresar, algo atravesó el cuerpo de una. La criatura herida, y la más grande, cayó al suelo y comenzó a arrastrarse, la mucosidad en su piel pronto cubrió la herida y se puso de pie para correr detrás de su compañero. La criatura más pequeña se detuvo un segundo para darse cuenta de que su compañero ya no lo seguía.

Su garganta emitió un sonido hueco. No hubo respuesta. Regresó para buscarlo.

Y entonces su cabeza cayó al suelo y rodó hasta chocar con la suela de unos zapatos pulcros y brillosos. Ni la luna lograba brillar así.

—¿Estos eran los monstruos que seguían al omega que el Teniente tiene en interrogatorio?

—Sí, costó mucho atraparlos. Menos mal y tenemos estas bellezas. Ahora volvamos porque me causa repelús estar afuera de Ritan.

Las dos criaturas que no habían podido llegar a su destino quedaron tiradas en el asfalto agrietado. La sangre se volvió babosa y opaca, emitiendo un aroma nauseabundo que atrajo la atención de carroñeros y un enjambre de moscas. Los soldados, por su parte, hicieron una mueca y subieron a sus caballos para regresar a la seguridad de su ciudad. Era raro que salieran de Ciudad Ritan, pero cuando lo hacían era por una causa mayor, deshacerse de dos criaturas que podrían invadir su ciudad era una de ellas.

Treparon a los caballos y se marcharon, rezando para no tener que salir de nuevo.

[…]

—¿Isla está bien?

—Parece que sufre de un shock emocional, ¿esa respuesta está bien?

Kaz desvió la mirada hacia su pierna. La sangre le bañaba por completo la espinilla y cojeaba sin darle mucha importancia. El dolor recorría su espina dorsal con cada paso, pero al estar cerca de un alfa lo mejor era no demostrarle que se encontraba herido.

—Bastante adecuada.

—Su situación es preocupante.

—Creo que tiene más cosas de las cuales preocuparse y estoy seguro de que la condición de una omega no es la prioridad.

—Eso es cierto, pero no estás aquí en calidad de rehén, ¿o sí?

—Bueno, creo que estoy confundido entonces —Kaz alzó sus manos esposadas—. No sabía que así recibían a sus invitados en esta… ciudad.

La Caída de CedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora