33| Envidia

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Tristeza.

Cameron levantó la vista apenas y ese triste aroma se filtró por sus fosas nasales. El sabor del mar, junto al oleaje que traía el parpadeo de esos bonitos ojos, lo estremeció como la primera vez que su madre lo llevó a conocerlo.

Se levantó, cauteloso, no quería que el omega se asustara y soltó un suspiro cuando William se hizo pequeño, permitiendo que se sentara a un costado de la cama. La situación era incómoda, tensa, Cameron no logró hallar un tema de conversación, tampoco quería repetir las mismas palabras y preguntas que todos los demás. Por alguna razón William no parecía necesitar consuelo.

—¿Qué dibujas ahora?

Fue más fácil ganarse la atención del omega de esta forma, Cameron ladeó el lienzo y repasó la yema de su dedo por la textura rasposa, difuminando los trazos de la cayola. Luther se lo había obsequiado y era su primera vez dibujando con este tipo de materiales, por lo que quería hacer algo distinto.

—Lavandas —respondió—. Un campo de lavandas.

—¿Y por qué hay dos siluetas?

—Este eres tú y este soy yo, ambos estamos en un campo de lavandas.

William no preguntó más, guardó silencio y observó los trazos, las boronas de las cayolas caían de vez en cuando sobre la sábana que el omega había jalado disimuladamente sobre sus piernas. Cameron no sentía frío, sin embargo, no le pareció correcto recordárselo al omega, quien a pesar de encontrarse inestable, todavía se preocupaba por él. Lo agradeció, porque de verdad se sentía agradecido.

La punta de la crayola se detuvo cuando William deslizó las puntas de sus dedos sobre las hebras de su cabello, Cameron prestó atención a esa acción hasta que el omega logró peinarse un poco y dejó de lucir como si apenas se hubiera levantado. Fue entonces que Cameron fue el segundo en ser peinado, cerró sus ojos cuando William se dedicó a acomodar su cabello, realmente nunca se peinaba, así que siempre tenía nudos por todas partes.

—¿Deberíamos conseguir un peine? —William sugirió, rio un poco. Sólo un poco y Cameron lo secundó, llevándo ambas manos hacia su cabello con la intención de aplastarlo, pero fue inútil por lo enredado que estaba.

Cameron continuó pintando.

Una vez y se cansó, se dejó caer sobre la cama y se perdió un poco en esos ojos azules. Estaban enrojecidos, cristalinos y melancólicos. Las olas del mar los llenaban de espuma que se desbordaba por sus áridas mejillas, humedeciendo su piel. Llovió incluso sobre su rostro, las cálidas lágrimas lo estremecieron, la piel se le erizó, desbordando los latidos de su corazón. Quería llorar. Cameron separó sus labios, quería decir algo, aunque fuese alguna tontería, más de su boca no salió ni el más mínimo sonido. Su mente estaba en blanco, perdida en la belleza del omega que se hundía poco a poco en un futuro que nunca llegaría.

—Perdón... —Cameron susurró.

—¿Por qué te disculpas? Tú no hiciste nada malo.

—Quiero entender qué es lo que te lastima, Will. Entender por qué tienes tanto miedo a pesar de estar a salvo, entender por qué quisiste acabar con tu vida. Pero también quiero que no me digas nada porque eso significa que tienes que recordarlo... Y no quiero que sufras.

—Cameron, yo-

—Sé que soy un alfa, pero si me dejas... Si me dejas...

William ladeó la cabeza, impaciente por escuchar lo que iba a decirle. Cameron no pudo finalizar sus palabras, no porque no quisiera, sino porque William ya se encontraba besándolo.

Insistió en levantarse, algo que William le permitió, sus manos fueron directo al cuello del omega, sus labios profundizaron ese pequeño beso que acabó con las existencias de ambos. El ambiente se volvió tan dulce que esas feromonas florecieron junto al campo de lavandas trazado en la superficie rugosa. Cameron cayó una vez más a la cama cuando William deseó profundizar más si beso lo bañó con sus feromonas, desesperado por gritarle a todos que ahora era suyo y Cameron lo aceptó, lo dejó reclamarlo a su manera.

La Caída de CedraWhere stories live. Discover now