4| Hipocresía

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Kaz abrió sus ojos con pesadez cuando su alarma sonó, su cuerpo, como si estuviera entrando en el rigor mortis, se mantuvo rígido conforme se intentó reincorporar. La habitación olía fatal, a una mezcla extraña de hierro y feromonas que le hicieron doler el estómago. Se lanzó apenas fuera de la cama cuando no controló el impulso de vomitar, su vomitó salpicó el piso al mismo tiempo que sus ojos le ardieron al recordar la atrocidad que había sucedido anoche. La cabeza le martillaba, la presión que sentía en sus ojos fue suficiente para alargar su mano y sacar de la mesilla de noche unas pastillas para la migraña y masticarla. Fue el sabor amargo quien provocó un escalofrío en todo su cuerpo y se sentó en la cama, rezando para que sus fuerzas volvieran

Poco a poco, como si su culpa estuviera en el punto de quiebre, su llanto brotó y le acompañó un llanto tan roto como él mismo. No podía controlarlo. Lloraba y su cabeza taladraba cada borde de su cerebro. Kaz se hizo bolita en el suelo, sin dejar de llorar, se limpiaba el rostro con la sábana de su cara.

Lloró incluso por la muerte de su madre, por todo lo que había pasado cuando él era un niño que no entendía nada, que solo sabía ser feliz con el amor que sus padres le daban. Lloró por Garret, porque lo había perdido de la manera más horripilante jamás imaginada.

—No se merecía morir así —sollozó—. Garret...

Y estaba vivo.

—¿Estoy vivo...?

Miró a su alrededor, no había rastros de ningún infectado, era como si hubiera desaparecido por arte de magia y solo le hubiera dejado esa sensación agónica en el esófago. Tenía tantas ganas de vomitar.

Su garganta se le hizo nudo, comenzando a destrozarse poco a poco en impotencia. Era doloroso. Le ardían los ojos, le dolía la garganta, las náuseas empujaban su tráquea en pequeñas arcadas vacías. Realmente estaba vivo y no podía sentirse feliz, aunque sí aliviado. Se puso de pie, todavía sintiendo esas ganas por romperse a sí mismo y salió del cuarto. El piso estaba limpio y olía al detergente que usaba para trapear. Lo que recordaba de anoche era su casa destrozada, los chorros de sangre salpicar el piso y las paredes y sin embargo todo estaba limpio. Acomodado en su lugar.

Su mirada se posó en la pared donde tenía varias fotos colgadas.

Sabía que en todas ellas estaba Garret, sonriendo y abrazándolo. Kaz acarició la que retrataba a ambos en la posada de navidad, Kaz estaba sentado sobre las piernas de Garret y soplaba una varita mientras que él estiraba sus brazos y traía en la cabeza una cornamenta de reno que hacía juego con esa nariz roja y colorida. Se le aguadaron los ojos, era como si sintiera que le dolían de tanto llorar, de tanto que se forzaba a disipar lo borroso de su mirada. Quería admirar a Garret, a verlo aunque fuese en fotos.

—¿Por qué no me di cuenta antes...?

Si tan solo le hubiera prestado más atención a la forma en la que Garret lo miraba y trataba...

Kaz se obligó a sí mismo a caminar hacia la sala. Todo estaba limpio.

¿Había sido el infectado?

—¿En dónde está...?

Sus ojos viajaron directo a la sala, donde había una silueta mirando por la ventana y tragó saliva. No quiso acercarse aunque sabía que el infectado ya había notado su presencia.

—¿Buscas a alguien? —el infectado preguntó, la irritación en su voz le advirtió a Kaz tener cuidado.

—Garret, ¿en dónde está Garret?

—Muerto.

Sus lágrimas se deslizaron velozmente por sus ojos y negó, incapaz de aceptarlo.

—¿Por qué hiciste algo tan atroz? Garret dijo que no quería lastimarme y si tú... Si tú no lo estás haciendo, entonces él también iba a poder controlarlo. ¡¿Por qué lo mataste?! ¡¿Por qué?!

La Caída de CedraWhere stories live. Discover now