46| Carnada

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Cassian se recostó sobre el capó de un auto averiado, la pintura ya era un desastre y el abandono de su dueño no perdonó el deterioro del metal. Estaba en tan perfectas condiciones que era una lástima verlo a nada de caerse tras quedar 20 años varado a mitad de la calle. Las cosas se habían perdido más de lo que quisieron evitar con la caída del mundo.

Le recordó al viejo auto de 1879 que su padre guardaba en el garaje junto a su colección de autos que costaban una fortuna. Ellos se mantenían en perfectas condiciones gracias a que su padre se levantaba todas las mañanas a limpiar el polvo de la pintura y encerar la superficie para que brillaran. Sus recuerdos fueron gratificantes este día, sobre todo cuando Keshan llegó a su par y le plantó un beso en la frente que tronó de manera escandalosa.

—¿Tomando el sol como una lagartija?

—Después de lo sucedido con Kaz definitivamente lo necesitaba. La vitamina D es buena, cariño.

Keshan se recostó a su par.

—Hoy no hay nada más por hacer, salvo disfrutar de un descanso bien merecido.

Estaba de acuerdo, Cassian disfrutaba estar descansando en lo que Tom y Kaz arreglaban sus problemas. Los infectados iban y venían, charlando animados y trabajando como era costumbre. A lo lejos, Juliana le estaba dando una paliza a Cameron y eso ya era normal a estas alturas de sus vidas. Lo disfrutaban incluso más que cuando eran humanos.

—Quiero tener sexo —Keshan soltó de pronto—. Tengamos sexo como animales salvajes.

—Maravillosa idea.

[…]

De una patada, Juliana pulverizó a Cameron.

—Vas, Will.

El omega se preparó para su lección matutina de combate, odiaba las clases de Juliana y Keshan porque ellos eran demasiado duros y para nada flexibles con sus enseñanzas, Cassian era más suave y siempre se moderaba. Hoy Juliana se había levantado con la energía de un reactor nuclear y sus articulaciones sufrían las consecuencias. Otra patada, y William cayó al suelo.

—¡No es justo! ¡Edgar, dale una paliza!

El infectado enrojeció y negó de inmediato—. ¿Por qué no? ¿Le tienes miedo a esa humana?

—No quiero lastimarla —respondió.

—¡Pártele las piernas Edgar! —uno de los infectados que los veían entrenar gritó, los demás echaron porras.

—¿Lastimarme? ¿Qué te hace pensar que vas a lastimarme?

Edgar se encogió de hombros.

—Es que le gustas —Cameron se levantó del suelo y la señaló—. No sabes todo lo que tenemos que soportar Will y yo porque no deja de hablar de ti. Ya le dijimos que se confiese pero no quiere hacerlo.

—Y supongo que tú eres su forma más rápida de revelar sus sentimientos, ¿no? —Juliana se cruzó de brazos—. Vamos, Edgar… Si me ganas voy a hacer lo que quieras.

—¿Lo que sea…?

—Sí, pero debes pelear en serio o no cuenta.

William y Cameron soltaron una risita cómplice y corrieron a un costado.

Edgar se colocó en posición de combate y, aunque Juliana era había sido entrada como boxeadora y después como soldado, debía admitir que no podía encontrar una apertura en ningún lado. Edgar lucía relajado y confiado, lo cual la irritaba porque no le estaba dando oportunidad ni de atacar desde el principio.

—¿Quieres que peleé como un infectado o como un humano? —el semblante de Edgar cambió en su totalidad, desde su mirada hasta su forma de hablar, Juliana dudó de que realmente estuviera enfermo—. Pelea de la forma más adecuada para ti.

La Caída de CedraWhere stories live. Discover now