1| Ojos rojos

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—Es lamentable, dicen que no quedó rastro de nada.

—¿Saben por qué se produjo el brote?

—Parece que hubo un descuido. No dieron detalles. Ya sabes cómo es esto, solo informan que cayó alguna ciudad y hasta ahí queda, si hay sobrevivientes los reubican y si no los hay, bueno... Ya sabemos qué pasa.

La novedad de hoy era la caída de Ciudad Golfo con apenas 25 mil habitantes que, lamentablemente, no lograron sobrevivir al brote de infectados. El brote se dio y aunque no había más información al respecto, muchos creaban sus teorías, como, por ejemplo, que algún Beta se infectó y fue asintomático, por lo que terminó contagiando a los Alfas y no pudieron controlar más que hacer sonar la alarma. Y fue demasiado tarde.

Fue una pérdida total.

—Oye, Kaz, ¿no estás muy callado?

—No lo creo, Adrián, sólo estoy...

—Oigan, ¿y ya supieron que esta semana van a restablecer el internet?

—¡Cierto! ¡Sí!

Agradeció con un leve asentimiento a Marisol por el cambio de tema. No se sentía del todo bien con tanta gente hablando sobre la novedad semanal, como solía llamar a los brotes de infectados dentro de las ciudades, pues mantenían la atención de la población por uno o dos días y después se evaporaba como espuma de mar.

Tan solo dejaba un crujido en la costa, muy dentro de la mente de lo humanos.

No era el único, tras echar una mirada a su alrededor, se topó con varios compañeros que se protegían de los comentarios, disgustados por el ánimo de los más jóvenes ante las tragedias de la humanidad.

—Dicen que esta semana podremos usar el internet porque lograron establecer contacto con una planta eléctrica y una satelital. También van a intentar restaurar una o dos redes sociales, pero de eso no se sabe.

—¡Al fin! No recuerdo cuándo fue la última vez que navegué por la red.

Kaz se puso de pie para ir a otro lugar. Era lo mejor para su herida mente, aunque también las pláticas triviales de sus compañeros de trabajo solían distraerlo. Hoy no era buen tiempo.

—Solo están emocionados.

—Jefe...

El corazón de Kaz se disparó como una locomotora, rigurosa de carbón, no logró ocultar ese sonrojo en sus mejillas y se quedó un rato pensando en qué podría decir.

—Es la primera vez que conoceré el internet —eso fue lo mejor que pudo hallar dentro de su encarecido tema de conversación.

—¿Sí? Creo que yo también puedo decir lo mismo, solo tengo vagos recuerdos de sostener un celular y estar mirando vídeos. Los mayores son los que están más emocionados por la noticia. Dicen que nos van a dar teléfonos celulares ya configurados para que no saturemos la red y se van a desconectar por sí mismos de la red. Me emociona saber que estamos regresando a nuestras vidas poco a poco.

Kaz concluyó que había etiquetado mal a las dos noticias de este día. Golfo era sólo una tragedia para muchos, no obstante, era el pan de cada día que alguna que otra ciudad fuese dada por perdida gracias a los infectados, pero, ¿internet? Y no solo eso, era El Internet. La mayor novedad que traía a todos en las nubes y no les dejaba ver que, en realidad, eso era lo de menos porque se había demostrado que fácilmente podría traerse de vuelta.

La Caída de CedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora