Canto XXXIX - Final

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Samael hizo la cabeza a un lado, escrutando en el rostro de su hermano como si pudiera percibir el miedo a través de su voz.

—Es una de las razones — el Diablo admitió —. Pero tengo motivos más personales.

—Por supuesto — dijo —. Casi olvido que has estado alimentando el rencor que me tienes desde el Génesis — hablaba lento y pausado; el aire seguía sofocándolo —. Ya pasaron eones, y yo...

— ¿Hiciste lo que debías? — Inquirió —. ¿Por el Paraíso? ¿Por la Creación? ¿Por Dios? — Elevó una ceja —. ¿En dónde está Dios ahora? No veo que esté moviendo un solo dedo para salvar a su hijo más leal, y no lo hará. ¿Por qué salvaría a un ángel si tiene un millón más?

Remiel sintió un nudo formándose en su garganta, pues aunque siempre supo que el amor de su Padre era selectivo, tuvo que obligarse a ignorarlo y acatar sus órdenes sin cuestionarlas porque creía que, si se esforzaba lo suficiente, entonces Dios por fin lo reconocería, pero sobretodo, que lo amaría, porque al parecer, la finalidad de los ángeles no se limitaba únicamente a servir: tenían que ganarse el amor de su Padre.

Y el único que lo había logrado sin tener que esforzarse, era Samael.

Porque aunque ahora la relación entre Dios y el Rey del Infierno estaba llena de roces, en el principio, el hijo al que Dios más amó, fue el mismo que inició una rebelión en su contra.

—Tú tuviste lo que todas las Jerarquías de ángeles querían — Remiel, quien había llegado a ese lugar convencido del destino que le esperaba, finalmente comenzaba a quebrarse —. Padre te amó como a ningún otro ángel, y tú simplemente... No pudiste arrodillarte ante Él. No pudiste ser el hijo que esperaba que fueras, y ante sus ojos todos nosotros solo éramos nada al lado de ti.

— ¿Esperas que sienta pena por ti? — Preguntó burlón —. No es culpa mía que el amor de tu querido Padre tenga un precio, y culparme de las decisiones que tú tomaste no hará que venga a salvarte.

—Ya lo sé — respondió con pesar —. Maldición, claro que lo sé. ¿Quién vendría a un lugar como este por alguien como yo?

Samael ejerció presión en la cadena que rodeaba el cuello de Remiel. El arcángel emitió un gemido que se apagó en el instante que sintió el metal quemando más su piel.

— ¿No es eso irónico? Te salvó una vez, y cuando finalmente obtuvo de ti lo que quiso, simplemente te desechó.

No había manera en la que Remiel pudiera rebatirlo, porque desde el comienzo, el rumbo de las cosas lo había llevado a estar en ese lugar. Y quiso estar molesto, quiso sentir la misma rabia que el Diablo sentía por Dios, pero estaba demasiado adolorido y cansado para eso, y lo único en lo que podía encontrar consuelo, era en que todo lo que había hecho hasta este momento, había sido parte de algo grande.

Al menos, en algún momento, la Legión de Ángeles y Dios reconocerían que Remiel, aquel al que proclamaron «Traidor», se había sacrificado a sí mismo para lograrlo. Y esa sería su recompensa, ¿no es así?

—Esto no va a terminar bien — el arcángel expresó, agotado —. Sabía que no iba a terminar bien para mí, pero tampoco lo hará para ti.

—Estás muy seguro de eso.

—Todo esto va más allá de ti o de mí — acotó —. Lo que hagas conmigo no va a cambiar lo que ya está hecho — levantó la mirada, con absoluta certeza de lo que dijo después en una lengua que el Rey del Infierno entendía demasiado bien; la de los demonios —: Tú vas a perder.

Tras escucharlo, Samael tomó el rostro de Remiel y lo miró fijamente; el arcángel quiso alejarse, pero las cadenas se lo impidieron.

—Repítelo — demandó.

Hidromiel.  ✔Où les histoires vivent. Découvrez maintenant