Canto XXVII.

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Narrador

Remiel Arcángel podía decir, para su propio consuelo, que encontrarse con Lucas había sido una casualidad. De esas que no parecen imposibles, pero sí bastante improbables.

Había pensado, durante mucho tiempo, que revelarle a Lucas la verdad sobre Samael era la única carta que tenía a su favor si quería darle motivos a su hermano para regresar al Infierno, y considerando que la relación entre ambos ya había llegado muy lejos, decir algo que no le correspondía había sido una medida desesperada.

No obstante, mucho antes de encontrarse con Lucas, Remiel primero habló con Castiel. El motivo principal —o eso decía él— por el que había ido al Plano Terrenal, fue para terminar esa conversación pendiente que todavía tenía con el Arcángel de la Muerte.

—Hola, hermano. Me alegra verte. — Remiel lo saludó cuando llegó; tenía las manos detrás de la espalda y una sonrisa en el rostro.

Castiel lo miró de soslayo; estaba sentado en el sofá con un libro entre las manos que, poco después, dejó sobre la mesa de centro cuando Remiel apareció.

— ¿Resolviste aquel asunto por el que te sentías indispuesto para hablar? — Inquirió Castiel, pasando de largo su cortesía.

Remiel chasqueó la lengua. Luego, asintió.

—Sé que mis inquietudes, todo lo que me aturde, y mi propio sentir, para ti son meras nimiedades.

—No estoy...

— ¿Desmeritando lo que siento? ¿Odiándome por ponerme primero a mí antes que a tus deseos? — Cuestionó, mientras caminaba hacia el sofá.

Castiel suspiró.

—No voy a discutir contigo, Remiel.

—Yo tampoco — coincidió, reconociendo que empezar una riña con su hermano, solo sería una pérdida de tiempo —. Además, no estoy aquí para eso, ¿no es cierto?

—Dijiste que me lo dirías todo cuando resolvieras tus asuntos, así que... Te escucho.

Remiel frunció los labios y asintió, sin embargo, en tanto ponía en orden sus pensamientos para decidir por dónde empezar, se tomó unos minutos para observar aquella casa; nada había cambiado desde la primera vez que estuvo ahí, pero las fotografías que colgaban de las paredes —y que en la mayoría aparecían Castiel y Alexander— le generaban una sensación bastante familiar. Algo similar a lo que siempre sintió por Samael: envidia, pero ¿a qué exactamente?

¿Cómo Remiel Arcángel podría sentir envidia por el Arcángel de la Muerte?

¿Cómo podía sentir envidia por ver en aquellas fotos todo lo que se negó a tener con Florence?

Pero, vamos, esos eran sueños y deseos mortales que él no debía tener. No obstante, eso no le quitaba las ganas que tenía de quemar hasta los cimientos toda la comodidad de ese hogar que parecía burlarse de él.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora