Canto XIX.

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Lucas

Pasaron varios días en las que no volví a ver a Samael.

La imagen de él alejándose y perdiéndose en la negrura de la noche, se repetía en mi cabeza de forma constante, y lo atribuí a que no solo no volví a verlo... En realidad, no supe absolutamente nada de él.

No recibí llamadas ni mensajes de su parte. Tampoco volvió a aparecerse en el estacionamiento de la escuela donde trabajo, y eventualmente comencé a preocuparme, ya que la mayoría de las veces, era él quien daba el primer paso, y ya me había acostumbrado a que apareciera de repente a mi alrededor... Me hacía sentir un poco estúpido admitir que, con frecuencia, miraba detrás de mi hombro esperando que él estuviera de pie ahí, presumiendo una sonrisita llena de picardía, audacia y cinismo que solo quedaba bien en un rostro como el suyo.

Poco más tarde me di cuenta de que subestimé bastante el efecto que Samael comenzaba a tener en mí. Cuando lo pensaba un poco, me parecía que todo pasaba muy rápido entre nosotros, pero al mirar atrás, me daba cuenta de que había una brecha de varios meses desde que nos conocimos, y que su presencia se había vuelto una constante en mi vida a la que me acostumbré demasiado rápido.

—Tu problema es que te encariñas muy rápido de las personas, y siempre es de las peores — me dijo mi padre una tarde, en la que fuimos a comer juntos porque era ese día del año en el que mi madre cumpliría años.

Ambos nos encontrábamos en el que solía ser su restaurante favorito, sentados en una mesa cerca de la ventana y un par de platillos que mi padre había escogido. Él bebía vino y yo limonada, y me alegró ver que había escuchado mi petición cuando le llamé por la mañana y le dije que, por mi propio bien, no quería beber nada que contuviera alcohol.

Desde la muerte de mi madre, entre nosotros se convirtió en un momento más o menos íntimo, y algo que hacíamos el mismo día del año. Sin falta. Era el único día en el que él no mencionaba nada de su trabajo, y yo intentaba no irritarlo. Además le llevábamos flores al cementerio, aunque cuando me encontraba de pie frente a su lápida, sosteniendo lirios blancos —que eran sus favoritos—, sentía que le estaba pintando a mi madre una falsa relación padre-hijo, como si estar ahí con Román fuera como decirle «Mira, mamá, somos muy unidos, justo como esperabas. Te extraño más cada día, pero estando con papá, cada vez duele menos no tenerte».

Samael siempre dice que estoy mintiendo, y tiene razón. Soy capaz de mentirle a mi madre, a alguien que amo tanto y que probablemente me ve desde alguna parte de eso que todos llamamos «Cielo». No dudo de lo segura y enterada que está de lo mala que es mi relación con mi papá, y que estar al lado de Román, hace que extrañarla a ella duela todavía más.

—No me he encariñado de un criminal — respondí, apartando de mi mente la cantidad de pensamientos que, en segundos, comenzaron a girar en torno a mi madre. No quería echarme a llorar.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora