Canto XXXV.

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No olviden dejar muchos comentarios en este capítulo o Lucas se muere, jajajsja (bromis)

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A pesar de que el Rey del Infierno comenzaba a experimentar una especie de alivio porque las cosas con Lucas habían mejorado, hubo algo que comenzó a inquietarlo y que, más allá de verlo como una molestia, comenzó a convertirse en un problema: desde hace días, Samael había notado que la Legión de Ángeles rondaba muy cerca de él.

Y «muy» se quedaba corto.

No le quedaba la menor duda de que, luego del enfrentamiento que había tenido con los arcángeles en el Infierno, aquel acecho era inevitable, y aunque ya estaba mentalizado al respecto, seguía siendo molesto, pues si desde hace eones era el enemigo número uno del Cielo, ahora lo era con mayor razón.

No obstante, la constante vigilancia que la Legión de Ángeles tenía puesta en él estaba sacando a relucir un lado de Samael que, incluso para él, era harto extraño; para empezar, ignoraba por completo que confesar sus sentimientos a Lucas haría, de alguna manera, que el deseo de estar cerca de él aumentara como si, simplemente, no pudiera tener suficiente de él. Y, sobre todo, sentía una imperiosa necesidad de estar cerca de Lucas, ya no únicamente como si tuviese el deseo de deleitarse con el simple roce de su piel, o perderse en los matices suaves y aterciopelados de su voz, o mirarlo sonreírle de vez en cuando, sino como si, además de eso, su sentido de protección con ese mortal hubiese aumentado al mil por ciento.

Lucas, por supuesto, había notado rápidamente que la constante cercanía de Samael, tenía más de un motivo —y que no precisamente era uno malo—, pues en algún momento de sus encuentros, se percataba de que el Diablo comenzaba a lucir más alerta.

— ¿Todo está bien? — Finalmente le preguntó un día, cuando ambos estaban sentados en el sofá del departamento de Samael y éste llevaba un buen rato absorto en sus pensamientos.

El Diablo miraba a través de la ventana desde el sofá, como si esperara que un arcángel se presentara frente a ellos, del otro lado del cristal, impulsado gracias a unas magníficas alas blancas extendidas a los lados y una espada de bronce forjada en el Paraíso empuñada en cada mano. En su mente ya había imaginado las acciones que llevaría a cabo si sucedía, y cómo se aseguraría de mantener a Lucas fuera de ese maldito alboroto, pero cuando el mortal a su lado le hizo aquella pregunta, regresó a la realidad de forma abrupta.

Samael lo miró y, al notar los ojos verdes de Lucas observándolo pacientemente en espera de una respuesta, la expresión en el rostro del Diablo —que hasta entonces había sido una mirada severa, alerta y desafiante—, rápidamente se suavizó. Su mano había estado entrelazada con la del mortal desde hace un rato, y antes de responder, recordó cómo habían llegado a ese momento; Samael estaba comprometido en remediar lo que había arruinado con Lucas, así que ese día, fue muy temprano a su casa para llevarlo al trabajo, y luego, por la tarde, Lucas lo vio puntualmente a la hora de la salida, recargado en el camaro mientras fumaba un cigarro. Al ver que Lucas se aproximaba, lo apagó, e insistió en llevarlo a comer.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora