Canto XXVI.

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Lucas

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Lucas

Las últimas semanas, mis encuentros poco casuales con Samael habían ido en aumento. Incluso podría decir que, a causa suya, mi libido estaba fuera de control, y vernos implicaba enredarnos en cualquier lugar que fuera lo suficientemente accesible para tener sexo, e incluso si no lo era, Samael encontraba la manera de ver la parte positiva.

Al parecer, toda mi frustración sexual había sido liberada luego de confesar mis sentimientos hacia él, y no me molestaba, porque, irónicamente, la rigurosa actividad física que me proporcionaba, me tenía menos... estresado.

No me molestaba, en lo absoluto. Creo que, en realidad, lo disfrutaba más de lo que debería, pero no me había tomado el tiempo para preguntarme qué tan bueno o malo era eso porque ambos estábamos de acuerdo... No lo sé, desde hace un par de semanas las cosas entre nosotros habían cambiado considerablemente, pero a veces me daba la impresión de que yo era el único que lo notaba.

El Samael que conocí hace meses —en aquel bar que ahora le pertenece— parecía tener sus objetivos demasiado claros cuando se trataba de mí, porque antes, cuando ponía sus ojos en mí, veía a través de ese tono avellana que relacionarse conmigo estaba sujeto a un propósito superior a él, y su semblante siempre era muy serio, en ocasiones burlón y otras irritado, pero ahora aquella mirada tan dura se había suavizado, y parecía que él no se daba cuenta de eso. Aunque puede que solo sea idea mía.

Quizás solo yo pienso que es así.

Quizás solo yo me aferro a la idea de que esto significa mucho más de lo que realmente es, pero justo cuando ladeo la cabeza y encuentro a Samael sentado a mi lado, inexplicablemente todas mis dudas desaparecen.

Ese día era domingo por la tarde. Ambos estábamos sentados en el enorme sofá de su departamento, los dos con el cabello húmedo y muy poca ropa; había cumplido mi fantasía cliché de bañarme con Samael y luego simplemente vestir una camisa suya. Y aunque yo ni siquiera me atrevía a decirlo, estaba feliz porque era un momento muy íntimo que había imaginado muchas veces.

Compartirlo con alguien por quien mi corazón se aceleraba como un loco, sin duda era otro nivel.

Así pues, Samael a mi lado encendió un cigarro y más tarde le dio una calada. Él miraba a través del ventanal cómo la oscuridad de la noche se ceñía sobre la ciudad, y la única luz que lograba entrar por la habitación, era la de los edificios que se encontraban a lo lejos.

Noté rápidamente que esa era una de las cosas que disfrutaba hacer; a Samael le gustaba demasiado el silencio y mirar la inmensidad de una ciudad que parecía infinita, y aunque ninguno estaba diciendo nada, no podría decir que me era incómodo, porque de hecho, yo estaba disfrutando un momento así con él, simplemente estando el uno cerca del otro. Sin embargo, me hubiese gustado preguntarle en qué pensaba, porque parecía concentrado, no en el cigarro que se llevaba a los labios de tanto en tanto, sino en algo más.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora