Canto XII.

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El Ángel de la Muerte dedujo rápidamente que algo había salido del Infierno

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El Ángel de la Muerte dedujo rápidamente que algo había salido del Infierno.

Y ese algo no se trataba, precisamente, de Luzbel.

Aquel presentimiento fue tan fuerte que se dejó guiar por él hasta que terminó frente a las puertas del HADES, el mismo bar en el que había ido con Alexander hace pocos días para celebrar el cumpleaños de Lucas.

Debido a la hora, no le sorprendió que, al entrar, el interior careciera de personas a excepción un chico que estaba sentado en un sofá color negro, con los pies sobre la pequeña mesa de cristal y un celular entre las manos que observaba con expectación, como si no tuviera la mínima idea de lo que era.

Viéndolo de esa manera, parecía un pequeño niño al que sus padres le prestaron un celular para que se entretuviera y no hiciera un desorden. No daba la impresión de tener algo fuera de lo común. Cualquier mortal, al verlo, probablemente lo hubiese ignorado, pero Castiel percibía en él algo que otros no: tenía un aura apestosa que emanaba un pútrido olor a azufre.

Y solo los demonios eran poseedores de un aura así.

—Oye, comunícame con Casandra, quiero saber cómo está — le pidió el demonio al pequeño aparato que tenía en las manos con la pantalla encendida, pero no pasó nada, así que, creyendo que con amabilidad obtendría una respuesta, agregó un dudoso —: ¿Por favor?

—Hey — Castiel habló para llamar su atención.

El demonio dio un brinco en su lugar y el celular bailoteó entre sus manos.

—Mierda, mierda, mierda — blasfemó por lo bajo mientras intentaba sostenerlo para que no cayera al suelo y, una vez que pudo atraparlo en su mano, soltó un suspiro de alivio —. ¡Azrael! — Canturreó justo después de ladear la cabeza y ver a su hermano a pocos metros de él —. Me has asustado, maldito angelito de mierda. Casi se cae esta cosita — sacudió el celular en el aire.

— ¿Qué haces...?

—Luz me sacó del Infierno — explicó, antes de que Castiel terminara de preguntar.

— ¿Y qué te pasó? — La última vez que el ángel había visto a su hermano, su aspecto distaba mucho de lo que veía en ese momento; ahora su piel estaba tan limpia que parecía de porcelana y sus ojos marrones casi reflejaban el espectro de un alma inocente.

Y Beliel no se caracterizaba, precisamente, por ser alguien inocente.

— ¡Agh! ¿Verdad que soy horrible? — Gruñó con dramatismo, dejando el celular sobre el sillón —. El hijo de perra dice que no puedo parecer un demonio estando aquí.

—Vuelve a llamarme así una vez más y te quitaré algo más que los cuernos — De repente intervino Samael, dirigiéndose hacia la barra.

—Mis más deshonestas disculpas, hermano — hizo una reverencia exagerada ante la que el Diablo sólo volcó los ojos.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora