Canto XXXII (Parte 2)

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Alexander regresó a casa minutos después de la conversación que Lucas mantuvo con Castiel.

Al abrir la puerta y ver a su mejor amigo sentado en el sofá, Alex abrió la boca y emitió un saludo en un susurro tan bajo que a Lucas le costó un poco escucharlo, así que solo le dio una respuesta con un suave movimiento de mano y agregó un "¿Podemos hablar?" al que Alex respondió con un dudoso asentimiento de cabeza.

No se habían visto desde hace varios días. Alex notó que Lucas tenía el cabello más largo y, por alguna razón, le pareció que era más alto cuando el chico de ojos verdes se levantó y caminó en su dirección, alegando que lo mejor sería que hablaran afuera.

Caminaron en silencio durante un par de calles, y aunque Alexander tenía ganas de comenzar a disculparse —nuevamente— por lo sucedido, el caótico ruido de la ciudad no le permitía hablar cómodamente, a pesar de que se encontraban en una calle aparentemente tranquila. Aunado a eso, Lucas parecía estar disfrutando del recorrido; su rostro mostraba tranquilidad, caminaba con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, su camisa color vino de cuello alto y mangas largas estaba arremangada hasta los codos y llevaba un reloj plateado que miraba de tanto en tanto. Alex infirió que, quizás, tenía cosas que hacer ese día y no contaba con mucho tiempo.

Finalmente, ambos llegaron a un parque solitario que se encontraba a un par de calles de la casa de Alex. Se sentaron en una de las bancas bajo la sombra de un árbol y, por un par de minutos, ninguno dijo nada.

—Mi papá me dijo que llamas a su oficina todos los días — Lucas fue quien habló primero.

El rostro de Alex se contorsionó en una mueca, como si algo le doliera, sin embargo, solo se debía a que comprendía muy bien lo que Lucas intentaba decirle con eso.

—Lo molesté mucho, ¿no? — Alex inquirió, y a cambio su amigo asintió —. Me disculparé con él. No medí en absoluto la cantidad de llamadas que le hice.

Alexander conocía a Román Allué tanto como si este fuese su propio padre, y tenía un concepto de él bastante claro: era un hombre ocupado. En su mente no había cavidad para —como él lo llamaba— tonterías, y por supuesto, odiaba que lo molestaran o que interrumpieran sus importantísimas actividades si no era para algo en verdad valioso.

Una discusión entre su hijo y su mejor amigo, evidentemente, para Román no entraba en la categoría de valioso.

—No importa — Lucas aseguró, haciendo un ademán —. Creo que pude decirte las cosas de mejor manera, y mi enojo no es excusa, pero recibir tantos mensajes tuyos no me ayudaba a poner en orden mis ideas.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora