Canto XX.

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Narrador


Remiel Arcángel solo había estado tan cerca de la muerte una vez. Y fue gracias a Samael.

Su Padre no le dijo una sola palabra luego de lo que pasó. No expresó ninguna clase de descontento, pero no tenía que vocalizarlo para que el arcángel tuviera más que claro que no aprobaba lo que había hecho: exponerse de esa manera sabiendo que no tenía ninguna oportunidad, pero a Remiel no le importó.

Había pensado sobre ello hace mucho tiempo. En ocasiones, se preguntaba si de verdad cada una de sus acciones había tenido un propósito de peso para su Padre. Si cada cosa que hizo valió la pena, y si lo seguiría haciendo sin importar qué.

El arcángel no tenía que ser un genio para saber que Beliel flaquearía con absurda facilidad; siempre tuvo en cuenta que algo como eso podría pasar, y que, en caso de negarse a ayudarlo, el demonio abriría la boca en cualquier momento. Además, tomando en cuenta que los antecedentes que Remiel tenía con Samael, eran cuentas que todavía no eran saldadas y que, al cabo de los siglos, comenzaron a juntar intereses, el Diablo aprovecharía cualquier oportunidad —y usaría cualquier pretexto— para matarlo.

Pero la situación era algo que solo Remiel parecía entender, porque en el Paraíso, los rumores corrieron tan rápido que, al llegar, todos sus hermanos lo observaban como si fuera un idiota, y al mismo tiempo, parecían incrédulos al darse cuenta de que su propio Padre, fue quien evitó que lo asesinaran.

Por su parte, Metatrón, más que sorprendido, tenía el rostro contraído en preocupación al ver a Remiel caminando con ropas mundanas y la cara llena de sangre; al arcángel no se le veía especialmente traumatizado por la golpiza que Samael le propinó, ni siquiera hacía muecas de dolor a pesar de que le costaba un poco caminar.

— ¿Por qué hiciste eso? ¿Qué ganabas arriesgándote de esa manera? — Metatrón corrió hasta Remiel y sostuvo su rostro con ambas manos. No dejaba de observarlo con una mezcla de consternación y molestia.

—No intentaba demostrarle a Samael que soy más fuerte que él — confesó, luego de percatarse que la mirada de Metatrón ocultaba un «Ambos sabemos que Samael podría matarte» —. Reconozco mis debilidades. He huido de él tanto tiempo que, a estas alturas, no tendría mucho sentido correr al peligro sin nada con qué defenderme, pero tenía una razón — aseguró con la voz tan calmada que se sentía irreal.

Más tarde, se apartó de Metatrón, y se dirigió a una pequeña fuente de agua cristalina que estaba ubicada justo en el centro de varios árboles blancos, cuyas hojas se habían hecho de un lugar en el suelo; la piedra era mármol blanco, y el agua corría con tanta fuerza que había degradado la superficie. Era, probablemente, el único ruido que fragmentaba el silencio del que estaba compuesto el Paraíso.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora