Canto XXXIV.

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ADVERTENCIA: Este capítulo tiene contenido explícito.


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Narrador



El Rey del Infierno jamás se atrevió a pensar que el mortal que conoció una noche en el HADES, en algún momento se convertiría en el ser humano más valioso para él.

No negaba que su primer encuentro lo había dejado bastante satisfecho, y que había algo en él que sí había llamado su atención, aunque Lucas no le pareciera muy diferente a otros mortales con los que había tenido fortuitos encuentros que siempre terminaban igual.

Cuando lo tuvo frente a él, reafirmó el pensamiento que había tenido desde el principio: la apariencia de Lucas no era nada fuera la común; tenía ojos verdes, protegidos por unas largas y espesas pestañas negras. Su cabello castaño era largo, pero no tanto, y gracias a la camisa negra que llevaba —la cual se amoldaba perfectamente a su torso—, notó que tenía espalda ancha y hombros firmes, y sus brazos, ligeramente marcados, le indicaron que hubo un tiempo en el que se interesó por ejercitarse. Pasar la noche con él fue algo que disfrutó, como siempre sucedía, y aunque no comprendió por qué tuvo la necesidad de decirle su nombre real a Lucas cuando se lo preguntó, tampoco le dio demasiada importancia, y lo dejó pasar.

Ahora tenía la certeza de que, en el fondo, siempre supo que ese mortal —aparentemente no diferente a los otros— tenía algo que a Samael le gustaba.

Así pues, ese «Te amo», esas dos palabras que salieron de los labios de Samael, hicieron eco en la cabeza de Lucas hasta hacerle sentir que era lo único que sus oídos podían escuchar, incluso por encima de la canción que seguía sonando y acercándose a sus versos finales. De nuevo acudió a su mente ese desgastado pensamiento de que estaba soñando, pues la situación se le antojaba tan onírica que era difícil para él asimilarla como un hecho verosímil.

Por otro lado, Samael miraba con absoluto deleite el rostro de Lucas, bañado con la débil luz de una pálida luna. Sus labios rosados y entreabiertos lo tenían inquieto, porque esperaba que dijera algo y, del mismo modo, deseaba no escuchar nada; comprendía su estado de estupor, él podría decir que se sentía exactamente igual, pero lo cierto era que se sentía bien, como si por fin hubiese confesado algo que llevaba conteniendo desde hace tiempo.

Samael había asimilado su sentir respecto a Lucas cuando su Padre le hizo aquella propuesta; la facilidad con la que se negó también lo tomó por sorpresa, porque en una situación diferente, en un tiempo muy atrás, quizás la repentina insensatez lo habría orillado a aceptar, pero cuando escucho a Dios prometer que le regresaría a su amor perdido a cambio de pasar un siglo en el Infierno, lo único en lo que Samael pudo pensar era que su amor, su Lucas, estaba vivo, él era su presente, y ya no podía seguir alejándose de él.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora