Canto XXXIII.

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Lucas


Cuando volví a casa eran alrededor de las once de la noche.

Debo decir que el trayecto habría sido más corto si no hubiese hecho tantas paradas —como meterme a una tienda de ropa solo porque vi en el aparador una corbata slim de color negro brillante—, pero últimamente me costaba mucho quedarme en casa.

Primero, pensé que quizás la soledad que me recibía al llegar a mi pequeño hogar era la razón principal, pero estar solo nunca había sido un problema para mí. Es decir, soy consciente de que la soledad en exceso llega a ser perjudicial en algún punto, y a lo que realmente me refiero con «No tengo problemas para estar solo» es que soy capaz de disfrutar esos lapsos de tiempo que tengo para mí y hacer cosas que no requieren precisamente de una segunda persona.

Como sea, quizás mi constante evasión por estar en casa era para evitar que Samael llegara de imprevisto luego de la última vez que nos vimos, y entonces me di cuenta de que estaba haciendo exactamente lo que dijo Alex: ignorando la situación y esperando pacientemente a que se resuelva sola, lo cual no niego que está mal, pero yo tampoco pedí estar envuelto en esta situación de porquería.

En ocasiones tengo la absoluta certeza de que estoy arrastrando un karma de mi vida pasada, y cuando mi horóscopo dijo que este sería un año lleno de sorpresas, me imaginé que se refería a que iba a ganarme la lotería o algo así, no que tendría al maldito Diablo pisándome los talones.

Mientras caminaba de regreso a casa, pensé si el origen de mis problemas realmente había sido Samael, o alguien más arriba de él —y sí, me refiero a Dios—. También me cuestionaba si conocer a Samael iba a suceder de una forma u otra, como algo inevitable sobre lo que yo no tenía control... No obstante, a estas alturas, hacerme esa clase de preguntas ya ni siquiera tenía sentido, aunque eso no quitaba que me siguiera sintiendo abrumado sobre esto, pero me consolaba saber que lo sobrellevaba lo mejor que podía, pues aún no había caído en mi punto más bajo. En otras palabras: sé que estoy entrando en crisis cuando comienzo a comprar compulsivamente cosas que no necesito, y por fortuna no he llegado a esa etapa, pero el hecho de entrar a una tienda de ropa por una corbata, era la advertencia de que estaba a nada de caer en el consumismo innecesario porque, vamos, aunque me hacen ver muy guapo, yo odio las malditas corbatas.

Froté mis ojos con ambas manos, sin detener el paso. Ya estaba a pocas calles de mi casa, y justo cuando crucé en una esquina para seguir mi camino, vi un inconfundible y llamativo camaro negro sobre el cual se ceñía la luz blanca de los faroles que iluminaban la calle.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora