Canto XXVIII. (Parte 2)

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Beliel había pasado demasiado tiempo soñando con el día en el que regresara al Infierno

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Beliel había pasado demasiado tiempo soñando con el día en el que regresara al Infierno.

Irónicamente, la idea de volver a un lugar del que todos estaban dispuestos a sacrificar lo que fuera con tal de salir, a él lo motivaba a comportarse y no causarle problemas a Samael. De hecho, cuando cerraba los ojos lo que miraba era el rostro de Casandra, y la emoción de imaginarse a su lado hacía que le cosquilleara el pecho de una manera que solo un demonio como Beliel sería capaz de relacionar con una enfermedad, aunque fuera imposible para él enfermarse, pero, ¿qué más podía esperarse de un demonio cuyos conceptos de ética y moral a veces estaban tan tergiversados? Muchas cosas, que los seres angelicales o infernales asociaban únicamente a los humanos, para ellos eran difíciles de comprender, y aunque Casandra alguna vez intentó explicárselo a Beliel, este no solía prestar mucha atención porque, según él, no era «precisamente relevante».

Así pues, volver al Infierno para Beliel lo era todo, y cuando Samael lo arrastró con él hasta las puertas del Averno, tuvo que morderse la lengua para evitar gritar y patalear de mero júbilo.

No obstante, nunca pensó que, al volver y tener a Casandra frente a él, aquello con lo que se encontraría no sería una sonrisa, sino un rostro sucio cuyas cuencas —en donde debían ir un par de ojos— estaban vacías, y se veían tan oscuras como un agujero negro. A eso se le podía sumar su rostro manchado de sangre seca, porque debido a la falta de orbes, la sangre se había derramado y tiznado sus mofletes, dejando un camino que terminaba en su mentón.

Al verla en ese estado, Beliel sintió las extremidades débiles, y sus piernas apenas pudieron seguir sosteniéndolo, así que, al admitirse incapaz de seguir luchando contra la debilidad, solo se dejó caer de rodillas frente a Casandra, sin darse cuenta de que había comenzado a llorar.

Él no recordaba haber llorado alguna vez. Se sabía demasiado ajeno a esas cosas, pero ni siquiera supo cómo fue que sus ojos se cristalizaron y finas gotas resbalaron por su cara.

Preciosa... — le dijo, mientras tomaba el sucio rostro de la profeta entre sus manos.

Al escuchar su voz, Casandra esbozó una sonrisa y estiró los brazos, buscando alguna parte de Beliel a la cual pudiera aferrarse, pero no lograba ver nada, y él tuvo que sostener su mano.

—No... No puedo... no puedo verte — murmuró, y pese a su estado, ella no sonaba agobiada.

—Volví, preciosa — aun así, Beliel tuvo la certeza de que su regreso ya no servía de nada —. Lamento tanto haberte dejado... Yo debía cuidarte, jamás debí dejarte sola...

—Irte no fue decisión tuya, Beliel. Y esto tampoco es tu culpa — aseguró, con una dulzura que destrozó la inexistente alma del demonio.

¿Cómo podía estar tan tranquila? ¿De dónde obtenía la fuerza para sonreírle como si todo estuviera bien?

—Sí es mi culpa — Insistió —. Mi deber era cuidarte, y no... no lo hice — envolvió a Casandra en sus brazos, y la apretujó suavemente contra su cuerpo, atesorando con vehemencia el tumulto de sensaciones que le despertaban su cercanía y el calor de su cuerpo —. Mi precioso rubí, mi hermosa Casandra... Mi corazón solo late por ti, y verte así hace que me sienta deshecho.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora