Canto XVIII.

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Lucas comenzaba a preguntarse qué tan ciertas eran sus palabras cuando le decía a Samael «Te odio»

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Lucas comenzaba a preguntarse qué tan ciertas eran sus palabras cuando le decía a Samael «Te odio».

Ya se lo había dicho tres veces, o quizás más, y en algún punto llegó a la conclusión de que odiar a Samael haría todo más fácil, porque comenzar a confeccionar tanto cariño por alguien que no se tomaba las cosas muy en serio, era como caminar a ciegas por el borde de un precipicio.

— ¿Disfrutas que las personas te odien? — La pregunta salió de su boca en un murmullo. Difícilmente alguien hubiese podido escucharlo por encima de la música, pero Samael estaba tan cerca de su rostro que, incluso si no lo hubiese escuchado, pudo leerlo a través de sus labios.

—Si los demás eligen perder su tiempo odiándome, me importa una mierda — confesó, con una sonrisa a medias —. Aunque sé que no me odias, Lucas, pero si te sientes mejor diciéndolo, hazlo.

— ¿No te molesta?

—No — sinceró. Muchas personas lo odiaban por razones que solo venían en las escrituras. Nadie lo odiaba porque tuviese un verdadero motivo, sino porque les habían enseñado a hacerlo —. Sé cuando alguien me miente, LuLu. Y tú lo haces todo el tiempo.

—No es cierto.

—Esa es otra mentira.

Lucas se llevó una mano al cuello y apartó la mirada. La cercanía de Samael lo envolvía de tal forma que todas sus inhibiciones, de pronto ya no se sentían tan adormecidas.

—B-bueno, tú no te quedas atrás — dijo.

— ¿Crees que miento?

—No exactamente.

— ¿Y eso qué significa?

El ojiverde se lo pensó antes de darle la cara. Había muchas cosas en Samael de las que se había dado cuenta. Quizás, así como Samael había aprendido a leerlo —descifrar sus manías, sus expresiones y su tono de voz cuando soltaba mentiras—, Lucas también había aprendido a leerlo a él, y últimamente, al ver en los despreocupados y malvados ojos avellana de Samael, lo único que veía eran puertas cerradas que se estremecían cuando sus ojos verdes lo miraban, como si a través de algo tan simple como una mirada, Samael intentara decirle muchas cosas, y al mismo tiempo se esforzara en ocultarlas.

Luego, al sacudirse un poco los nervios y volver a verlo a la cara, lo notó una vez más; las incógnitas estaban ahí. Siempre lo estaban.

—Cuando me miras, siento que hay algo... que no me estás diciendo — confesó, pero eso no hizo que la expresión de Samael cambiara en lo más mínimo.

—Cuando te veo, Lucas, lo único que hago es preguntarme qué te hace tan especial.

Nuevamente, el mortal siempre esperaba encontrar el verdadero significado de las palabras del Diablo a través de sus ojos. Se quedaba durante largos segundos en silencio tan solo observando, escudriñando en esa mirada avellana a la espera de escuchar algo más, aunque nunca sabía qué. Y Samael se quedaba impasible, sin moverse, sin decir nada, permitiendo que esos ojos verdes buscarán tanto como quisieran.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora