Canto XXX.

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Samael


Difícilmente había cosas y situaciones que llegaban a sorprenderme tanto como para dejarme sin palabras.

No sé en qué momento solté a Casandra y me desplomé en el suelo, con la mirada atónita y los labios entreabiertos, con el corazón latiendo a un ritmo en absoluto normal y las más completas y jodidas ganas de asesinar a mi Padre.

Ese sentimiento, eso de odiar a la deidad que me creó, a ese ser que se hace llamar Padre cuando no tiene ni la más puta idea de cómo actuar como uno, es algo que he arrastrado desde siempre.

Siempre lo he odiado.

Siempre he querido matarlo.

Pero esto ya había superado todos los motivos por los que tenía el deseo de aniquilarlo; Él nunca metía las manos al fuego. Enviaba a sus imbéciles soldaditos a la guerra con ese cuento barato de que habían sido creados con un único propósito, pero sólo era un maldito argumento para justificar que Él no era capaz de pisar el campo de batalla. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué Dios se ensuciaría las manos si alguien más puede hacerlo por Él?

Desde el Antiguo Testamento sus rabietas azoraron a la humanidad. Y entonces la Creación aprendió a temerle. Le hizo ver a los humanos que eran inferiores, y que podía destruirlos en cualquier momento. Así, de su temor nació el amor, y del amor nació la veneración.

Es algo que he tenido bastante claro. El Paraíso era eso, un Paraíso, pero sólo para las almas de los mortales cuyas acciones en vida los hicieron merecer un «Descanso Eterno». Para un ángel era una cárcel disfrazada de gracia y bondad... Y si ya creía que Remiel había cruzado la línea, mi Padre cruzó todos los puñeteros límites que me quedaban.

Al principio, cuando la profeta me dijo el motivo por el que Remiel quería encerrarme, lo primero que pensé fue que Dios se estaba burlando de mí; crear a un niño a partir de las alas que perdí por orden suya, me pareció un chiste. Una mentira en exceso elaborada que superaba los estándares de su poca cordura, y me reí.

- ¿Me estás jodiendo, Casandra? - Pregunté, mirando directamente a sus cuencas vacías.

-No tengo motivos para mentir - apuntó, y resolví que decía la verdad, pero seguía siendo una verdad a medias, con espacios vacíos que debía llenar para poder dilucidar cuál era mi mejor opción.

A esas alturas, estaba seguro de que la Legión de Ángeles debía querer cazarme hasta la muerte por haber hecho mierda a dos de los suyos. Seguramente en el Paraíso se repartían panfletos para incentivar a todos a buscarme y asesinarme, porque además de eso, Casandra me había dejado una cosa muy en claro: era imperativo que yo no me acercara a ese supuesto niño.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora