Canto XXXIX - Final

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Tomense su tiempo para leer este capítulo porque ESTÁ MUY LARGO Y HABRÁ MUCHAS EMOCIONES, JIJI



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En el inicio, cuando Luzbel cayó a las oscuras fosas del Infierno, lo primero que vio fue un lugar lúgubre plagado de decadencia; había gritos y lamentos por todos lados. A cualquier rincón al que mirara, solo encontraba caos y almas arrastrándose para salir de su castigo eterno, y ahí, en medio de la agonía y del caos, se prometió que, de alguna u otra forma, haría pagar a Remiel Arcángel por haberlo traicionado.

Aquello era una promesa. Una de las más antiguas. Y había ido adquiriendo más peso con el paso del tiempo, por lo que ahora la deuda parecía infinita ya no solo por lo que Remiel había hecho recientemente; eso solo era un pequeñísimo grano de arena en una montaña que crecía desde el Exilio de Luzbel, y ahora el Diablo, finalmente, había puesto su bandera en la cima de esa montaña.

Remiel, por su parte, apenas alcanzaba a distinguir el lugar en el que se encontraba; era grande, pero cerrado. Las paredes estaban hechas de un material similar a la roca volcánica y el aire era muy pesado, pues la respiración del arcángel se había vuelto más lenta; sabía que podía deberse al lugar en sí, o al hecho de que Samael lo tenía atado con cadenas de oro que quemaban en su piel, y que lo estaban debilitando al punto de sentirse débil, vulnerable... mortal.

Como fuera, lo que más le importaba en ese momento era que no tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que fue arrebatado del Cielo, lo único de lo que estaba seguro era de que se encontraba en una prisión, pero no en una cualquiera, sino en una que, debido a su manufactura, solo podía pertenecer a un único lugar: el Infierno.

Suspiró, y esa simple acción le dolió; el mareo se había apoderado de él y sus extremidades dolían; sus brazos estaban extendidos a los lados, elevados hacia arriba. Su cuello seguía rodeado por una pesada cadena de oro que Samael sostenía con superioridad y una sonrisa dibujada en sus labios que jamás había visto en él, pero era siniestra.

Era la sonrisa de alguien que, por fin, tenía lo que quería.

Remiel Arcángel sabía que no lo había llevado ahí para tener una larga charla, y a pesar de eso —aunado al miedo que el Rey del Infierno inspiraba y que aumentaba cuando estaba en su territorio—, Remiel quiso pretender que se estaba tomando las cosas con calma, aunque sabía que nada bueno iba a terminar de ese encuentro.

—Con que esto es a lo que llegas por un mortal — El arcángel comentó, con la voz muy débil; sentía que las palabras eran su único escudo, la única forma de no sentirse tan vulnerado como estaba.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora