Canto X.

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Beliel

Salir del Infierno, es más jodido de lo que imaginé.

Creo que mis expectativas eran demasiado altas cuando tuve la osadía de ir por ahí ocasionalmente pregonando que mi fantasía era ir al Plano Terrenal, pero con el tiempo, luego de darme cuenta de que era más un sueño que una realidad, el destino se encargó de propinarme uno de los golpes más dolorosos que no olvidaré jamás.

No quiero adelantarme a nada y considero preciso contar las cosas como sucedieron en primer lugar, pero también debo advertir que me tomó por sorpresa y fue en un abrir y cerrar de ojos en el que pude pisar el Plano Terrenal por primera vez desde hace eones.

Estaría complacido de poder decir qué día era cuando pasó, pero el tiempo en el Infierno es extraño y difícil de explicar, así que me tomaré la libertad de omitirlo. Además, no es en absoluto relevante, pues no cambia en nada el cómo sucedieron las cosas. Siendo así, iré a lo más importante: Para empezar, me encontraba sentado frente a Casandra mientras me deleitaba con sus historias sobre Troya; su largo y hermoso cabello rojo como el fuego se mecía cuando gimoteaba para darle más realismo a sus anécdotas, y una sonrisa se expandía por sus labios sonrosados cuando me contaba sobre el que solía ser su lugar favorito para estar sola.

Oh, ella extraña Troya más de lo que se permite admitir en voz alta, y la ilusión que aparece en sus ojos cuando habla sobre su hermano gemelo, Helenus, me parte el corazón cuando repara en todo el tiempo que ha pasado y acepta que nunca volverá a verlo.

A veces, para animarla, tengo ganas de tomar su mano y llevarla a un viaje por el mar Egeo donde pueda sumergir su pequeño y delicado cuerpo, pero ambos estamos condenados al Infierno y no puedo hacer más que sentarme y escuchar.

En aquella ocasión, todo iba tan de maravilla que teníamos tarros vacíos de absenta₁ frente a nosotros, y yo todavía sostenía un tarro en la mano mientras reía por lo graciosas que me parecían algunas de las historias de Casandra, pero entonces, alguien irrumpió en nuestro pequeño momento vociferando mi nombre y causándome un escalofrío que me recorrió entero y que me hizo derramar mi bebida sobre el suelo terroso.

Poco tiempo me concedió mi hermano Luzbel para reaccionar cuando sus manos me tomaron del cabello y me arrastro lejos de las ruinas en las que me había reunido con Casandra.

Mi hermosa dama apenas emitió sonido alguno, pues sus pequeñas y sucias manos cubrieron su boca para ahogar cualquier ruido que llamara la atención del Rey del Infierno, pero en mi corto camino a mi sentencia, alcancé a ver su hermoso rostro absorto en una preocupación que me perforó ese lugar del pecho donde debía ir un corazón.

— ¡Déjame, hijo de perra! — Le grité, sintiendo a mis costados el filo de las piedras rasgando mi ropa antes de llegar a mi piel.

Mi cuerpo pareció pesar lo mismo que una pluma, pues Luzbel no hacía ningún máximo esfuerzo mientras continuaba arrastrándome por las enormes piedras y el suelo lleno de tierra.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora