Canto XXXI.

29.4K 3.5K 4.4K
                                    

Aquí pueden dejar su YA LLEGUÉ:

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aquí pueden dejar su YA LLEGUÉ:


**


Lucas

—Lucas — La voz de mi padre llamándome se escuchaba lejana, como si estuviese a varios metros de distancia a pesar de que estaba sentado frente a mí.

Yo tenía la mano cerrada en un puño y mi mentón apoyado en él. Un tenedor se encontraba en mi mano contraria y mis ojos observaban la comida que no dejaba de revolver con el cubierto desde hace un rato.

— ¿Me estás escuchando, Lucas? — Chasqueó los dedos justo frente a mí cara, y ese sonido fue suficiente para que sacudiera la cabeza y regresara de nuevo a la realidad.

—Uh, sí, sí — dije, finalmente prestando atención al desastre de comida que había dejado en mi plato.

Mi papá hizo una mueca, a sabiendas de que yo estaba mintiendo con respecto a su pregunta. Ciertamente, no había escuchado absolutamente nada de lo que me estuvo hablando durante los cuarenta minutos que llevábamos sentados en la mesa de la que también solía ser mi casa, ni tampoco había probado mucho de la comida en mi plato, porque además de que no era mi favorita, no tenía nada de apetito.

Mi papá tenía hábitos muy estrictos, y eso implicaba la comida. Por lo tanto, la mayoría de las cosas que se cocinaban en casa incluían verduras y proteínas, preparadas con la menor cantidad de aceite y sal posible, así que mi plato en ese momento tenía verduras y pollo asado que había revuelto con una extraña salsa de color naranja que, la verdad, prefería no saber de qué estaba hecha, pero lucía y sabía fatal. Hubiera preferido una hamburguesa, aunque a mi edad, puede que ya deba empezar a preocuparme por mi colesterol.

Aun así, era realmente triste que las pocas ocasiones en las que me reunía con mi papá, tenían que incluir comida o una actividad que nos impidiera hablar mucho, de lo contrario, los pretextos para evitar reunirnos hacían más grandes esa brecha que existía entre nosotros desde que era un niño.

Siendo completamente honesto, antes, mi mala relación con mi papá era mi mayor preocupación. Ahora también lo era, pero a eso se le había añadido un imbécil llamado Samael y todo lo que implicaba relacionarse con un demonio.

—Deja de jugar con la comida — mi papá me reprendió, luego de que, al cabo de unos segundos, volviera a sumergirme en mi propio mundo.

—Perdón — dije, y dándome por vencido, dejé los cubiertos sobre el plato —. No tengo mucha hambre.

Mi papá me miró de soslayo y luego a mi plato hecho un desastre.

— ¿Estás comiendo bien? — Preguntó.

—Sí — la verdad, lo intentaba; mis hábitos alimenticios nunca fueron muy buenos.

Él me miró, como si corroborara por sí mismo mi afirmación. Luego, al llegar a una conclusión satisfactoria, volvió a concentrarse en su comida.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora