NUEVO AÑO, NUEVOS CLIENTES

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Enero 03 del 2022. Casi todos los trabajadores estaban incorporándose a sus labores, después de las fiestas decembrinas. Nosotros nos preparábamos para la llegada de nuevos clientes al recinto. La habitación número 102 estaba lista para ser ocupada por una nueva alma, debido a que algunos meses atrás, había fallecido en un corto plazo la señora Eva De Jong.

Todo estaba quedando perfecto. Cortinas, juego de sábanas nuevas, alguna que otra fotografía colocada en la mesita de noche.

Le dimos la respectiva bienvenida. Era una mujer baja, de contextura típica de las damas orientales, ojos pequeños con forma ovalada, y cabello de tonalidad gris; aún caminaba con su bastón. Llegó acompañada por sus hijos y nietos. Su nombre era: Indah Wati. El significado en indonesio es: "mujer hermosa". Vaya que sí lo era. Se le notaba, tanto en el exterior como en su interior.

No paraba de observar hacia los empleados. Mostraba una mirada tan tierna, que conmovió y se ganó de inmediato los corazones de cada empleado; incluyendo el mío. Se despidió con un fuerte abrazo, mientras que sus bisnietos, le entregaban dibujos y manualidades hechas a mano como parte de sus obsequios más apreciados.

Indah, nacida en Indonesia, pero de padres adoptivos, vivió parte de su vida entre la cultura indonesia y neerlandesa, debido a que sus padres, trabajaron durante muchos años en Yakarta, capital de la misma; pero se educó con una gran influencia por parte de la cultura holandesa.

Al ingresar a lo que de ahora en adelante denominaría su nuevo hogar, la mujer dio algunos pasos con mucha precaución, mirando atenta las paredes de su habitación y dirigiendo su mirada hacia las enfermeras. Segundos después, luego de un tenue silencio, decidió romper el hielo preguntando: cuántas personas habían vivido en estas cuatro paredes antes que ella. Me pareció una pregunta lógica y razonable, aunque era la primera vez que algún cliente realizaba este tipo de comentario tan asertivo. Todos nos miramos, porque no teníamos una respuesta. Tantas almas que han fallecido en este lugar desde hace más de una década, que jamás sabremos con exactitud la cifra real.

Me dispuse a mostrarle su habitación, intentando cambiar el tema rápidamente. Luego, me miró fijamente y me preguntó:

—¿Dónde naciste? Pienso que tus orígenes vienen también de Asia. Tus ojos son similares a los míos.

Yo quería responderle con un chiste; diciéndole que amaba con locura el arroz frito y las limpias (Rollos Primavera), pero no. Decidí explicarle:

—Nací en un país que describiría como el paraíso. Un lugar donde las comidas típicas se convierten en un delirio para cualquier extranjero que lo visite. Muchos han quedado flechados por su cultura y su gente. Una nación que llevaré por siempre en mis recuerdos, y que lleva por nombre: Venezuela.

Ella mostró una sonrisa y luego habló:

—¡Ah!, entonces es posible que tus ancestros lleven sangre asiática. Estoy muy segura de eso.

Aquella mujer me había dejado con la intriga de conocer un poco más sobre mis orígenes ancestrales. Incluso me detuve durante algunos minutos frente al espejo, para observar detenidamente mi rostro. Intentaba comparar mis facciones con las de ella.

Mientras el personal se disponía a colocar todas sus pertenencias en su armario, cajas de madera, o gavetas, yo me encargaba de escuchar con atención, dónde quería que le colocaran sus objetos más apreciados.

De pronto, observé entre sus cajas diferentes figuras. Estas llamaron mi atención de inmediato, una especie de deidad femenina, color verde intenso. Le pido permiso si la puedo mirar mejor entre mis manos, y me responde con un sí, pero con sumo cuidado, porque esa era una de sus tesoros favoritos más apreciados.

Inda Wati fue criada en el mundo entre el hinduismo y budismo, incluso, es respetada entre sus familiares y allegados por ser una especie de guía espiritual en sus años de juventud y adultez, hasta el sol de hoy.

La Tara Verde, así se llama la deidad. Escuché con atención las palabras de Indah, mientras colocaba aquella figura imponente cerca de su cama. Es muy venerada y respetada por todos los practicantes del budismo. Palabras textuales de la mujer.

Ella tomó mi mano y me dijo con un tono muy sutil:

—Eres una chica con muchas historias sobre tus hombros; pero tienes junto a ti, a la derecha e izquierda, infinidades de alas que te protegen.

Llegó de inmediato a mi memoria, el rostro de mis ángeles: Miguel, Gabriel, Rafael y Jofiel; sin olvidar a mi amado Chamuel. Son arcángeles que me han protegido durante toda la vida, gracias a las influencias y los conocimientos de mis abuelas.

Minutos después, las facciones de su rostro cambiaron. Noté que comenzó a observarme con gestos de preocupación. Ella soltó mi mano y dijo:

—¡Cuídate! Protege tu casa, a tu pareja, familia, y todos los que tienes a tu alrededor.

En cuanto cayó la tarde, luego de una ardua y larga jornada laboral, me fui a mi casa. Como de costumbre al llegar, me quité mi abrigo de invierno, los zapatos, y me dispuse a darle un beso a mi pareja. Lo primero que vi fue su rostro de cansancio, sus ojeras muy pronunciadas y su expresión corporal; como si sentía un malestar. Estaba acostado boca arriba en nuestra cama. Luego, mientras me observaba, dijo lo siguiente:

—Gi, tengo varias noches sin conciliar el sueño. Me levanto exaltado, con pesadillas.

Ambos sabíamos que eso no era habitual en él.

—He visto a una mujer robusta, de estatura media, con un uniforme de enfermera. Me ha dicho algunas cosas en alemán.

Mi cerebro, hizo enseguida una introspección de todo lo que viví el año pasado, con todo el tema de los pacientes perturbados por alguien. Aparte, la relación de Eva De Jong y su repentina muerte.

Mi cuerpo quedó paralizado del miedo. Mi pareja no sabía absolutamente nada sobre todos los acontecimientos que viví en el 2021. Yo había decidido, y prometido, que en mi hogar no se hablaría de trabajo, ni de las situaciones presentadas en el geriátrico. No quería involucrar a mi pareja, por nuestro bien y sana relación.

Empecé a observar cada día, cómo la tensión se elevaba en mi hogar. Desde peleas por cosas muy simples, como irritabilidad entre ambos. Una madrugada, entre la una y dos de la alborada, se quedó observándome, mirándome fijamente como un zombi. Estaba frustrado porque no lograba conciliar el sueño. Toda esta situación le estaba generando problemas de concentración para realizar sus actividades diarias en el ámbito laboral. Sabía que esto no se trataba de algo externo, sino iba más allá de una situación normal. No se resolvería con un simple paracetamol o pastillas para dormir. Esto se había convertido en algo netamente espiritual.

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICOWhere stories live. Discover now