AQUELLOS OJOS AZULES

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Muchas amistades me preguntan siempre, sobre los romances entre viejitos. Si existía la posibilidad de que volvieran a encontrar el amor en aquel ambiente, y que les contara un poco mi experiencia. Debo confesarles, que esto ha sobrepasado mis expectativas e imaginación.

En mi ambiente laboral pueden toparse con infinidades de escenarios románticos. Mis ojos y oídos presenciaron increíbles historias, que parecían extraídas de un drama surreal. Creo que una de las cosas que más me inspiró para escribir, fue sin duda alguna sus historias de amor. Algunas, sacadas de esas telenovelas que solía ver con mi abuelita en Venezuela. Esas que podían hacerte reflexionar, y permitían que revoloteara en la mente, aquella famosa frase: "el amor se vive una sola vez en la vida". Creo que en parte es así. Depende de la manera en que la vivas.

Una de las tantas experiencias que pude vivir, fue la de una mujer de 90 años aproximadamente. Llevaba por nombre: Felicia. Su marido, quien fue su compañero durante muchos años, se fue de este mundo terrenal; cumpliendo así con la frase: "hasta que la muerte los separe". Así fue, Felicia quedó viuda, y su hermosa casa se había convertido en un lugar demasiado grande para ella. Proveniente de una familia de clase media. Trabajó durante toda su vida como secretaria para el Ministro de Relaciones Exteriores en los Países Bajos. Toda esta información la pude recopilar gracias a su única hija, y alguna que otras veces en sus estados de lucidez. A esta hermosa y tierna mujer de ojos grandes y color canela, le habían diagnosticado, 5 años atrás, demencia en estado progresivo. Debido a su condición, decidieron internarla en el geriátrico, y por cosas de la vida o el destino, Felicia entró en mi grupo de cuidados.

Debo confesar que todos los empleados sentimos debilidad con algún cliente; ese que pasa a ser nuestro preferido y consentido. Aunque todos son tratados con el mismo amor y respeto, siempre hay alguien que nos roba el corazón. En este caso fue ella. Felicia hizo un clic conmigo desde el primer día de su llegada. Le dimos la bienvenida comprando algunos de sus dulces favoritos. Recuerdo que varias enfermeras la llevaron hasta su nueva habitación. Al entrar, giró su cabeza hacia arriba y luego a los costados, donde centró su mirada en el ventanal que daba hacia el bosque. En el recinto, todos nuestros clientes tienen sus enormes fotos en las puertas de las habitaciones, con los respectivos nombres; esto con la finalidad de que ellos puedan reconocer sus propios rostros, al tener algún avance con la demencia. Casi todos no suelen recordar sus nombres o apellidos, por eso en su mayoría, los geriátricos colocan fotos muy grandes, para que ellos logren reconocerse a sí mismos. Sé que suena fuerte, pero es parte de esta terrible condición que te lleva a un estado de vacío sin rumbo alguno.

A las pocas semanas, Felicia se fue adaptando al recinto y a sus compañeros. Al principio era de poco hablar, hasta que finalmente tomó confianza. Su pasión era pintar. En sus tiempos libres hacía autorretratos. Algunos de ellos los conservaba, y los tenía colgados en la pared como parte de sus logros. Mantenía algunas fotografías en una pequeña mesita de madera, donde se podían apreciar a sus nietos y bisnietos. Su hija nos había entregado varios de sus objetos personales más apreciados, para que Felicia los conservará en su nuevo hogar.

El invierno estaba tocando nuestra puerta. En un abrir y cerrar de ojos, percibimos un paisaje lleno de infinitos contrastes de colores otoñales. El olor a madera quemada no se hizo esperar; así como también, ese olor particular a tierra mojada. Me transportaba un poco a mi infancia en Venezuela, mientras me dirigía a la habitación de Felicia para entregarle una taza deliciosa de chocolate caliente. Mi sorpresa al entrar, era verla sacar sus pinturas de acuarela, y con el ritmo de la lluvia, observarla dar sus pinceladas.

Me atreví a indagar un poco más sobre la vida de esta mujer. Era como si el destino quería mostrarme algo. Cada mañana me dirigía a su habitación para darle los buenos días, junto con la frase: "el desayuno está listo, cariño", y con la excusa perfecta, mientras alguna de las enfermeras llegaba para ayudarla a vestir. Compartimos algunos minutos hablando sobre la vida, la familia y el amor. Recuerdo que le pregunté con mucha prudencia, sobre su esposo fallecido. Cómo fue su relación con él, y si tenía algún secreto para mantener ese amor vivo durante tantos años. Ella me sonrió y respondió:

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora