MISIÓN CUPIDO

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Aquí vamos de nuevo. Este día apareció la Gisselle Petit, dispuesta desde temprano a mostrar una sonrisa de oreja a oreja. Iba saludando alegremente a los compañeros de trabajo; algo que no suelo hacer siempre. ¡Vamos!, somos seres humanos. Aún no conozco a la primera persona que se dirija a su trabajo sonrientemente, los 365 días del año.

Todo listo para un nuevo día. Me fui corriendo a la habitación de mi querida Felicia. Le di instrucciones a la enfermera de turno, para que por favor le colocara un atuendo un poco más elegante a la clienta. Obviamente viró sus ojos, mostrando un gesto de desagrado. Es algo de lo que estoy acostumbrada en este tipo de trabajo; pero no la culpo. Su salario no va acorde con todo lo que tiene que realizar el personal. No es una queja, es una simple comparación con el salario en otros países de Europa. Pero bueno, no entraré en aguas profundas.

Mi intención era que se reconocieran, sin yo mover un solo dedo. Que al mirarse pudieran trasladarse a aquellos años de 1940.

Todo listo para el desayuno. Los viejitos entraron al recinto con sus respectivas enfermeras. Me dediqué a decorar la mesa un poco más elegante de lo normal. Segundos más tarde, ingresó Wolfgang. Le di la bienvenida. Iba saludando a cada persona, desde su silla de ruedas. Eché un vistazo a la puerta. Estaba nerviosa porque Felicia aún no entraba con la enfermera. De pronto, sonó la alarma roja. También se activaron los radios que llevábamos todas para comunicarnos internamente, en casos de emergencia. Luego, alguien de mi grupo indicó una situación emergente en la habitación 112. Era la de Felicia Bakker. Le había dado un paro cardiaco, o eso parecía. Todos nos dirigimos hacia la ventana y contemplamos cómo se la llevaban en la ambulancia. No pude contener las lágrimas. Me sentía frustrada y con mucha rabia.

Siempre he sido fiel creyente del mundo espiritual y de los ángeles, gracias a la influencia de mis dos abuelas. Sentí que me hablaron en ese momento, y me dijeron: "no es el momento. No es a tu ritmo, ni a tu tiempo. Son los designios de Dios". Respiré profundo y continué con mi rutina de siempre. Mi mente no dejaba de pensar en ambos. Sentía que era parte de mi misión, ser ese puente que los uniera de nuevo, luego de que fueron separados por la guerra. Pensaba que la vida, Dios, el universo, o como lo quieran llamarlo, les estaba dando una nueva oportunidad de vivir sus últimos años juntos. Que no importaba que cada quien haya formado su propia familia por separado. Que hayan amado a otros. Lo realmente significativo, era que lograran obtener la oportunidad de disfrutar de su compañía y amor, en el aquí y en el ahora.

Transcurrieron semanas, y Felicia seguía en el hospital. No teníamos mucha información al respecto. En Holanda, con cada paciente, suelen ser muy prudentes. Se me vino a la mente Anna Bakker; la única hija de Felicia. Fruto del amor de sus padres. De su progenitor real: Wolfgang Müller. Anna, tenía tres hermanos más por parte de su verdadero padre, y lo ignoraba.

Yo no podía creer que terminaría siendo cupido de dos personas de casi 90 años. Me reía a solas con tan solo imaginarme, que sería parte de una historia tan real. Que el universo me estaba dando una lección de vida; la más profunda y clara de todas. Me recordaba una y otra vez que no tenemos el control de todo, pero sí del libre albedrío. Que pese a tener nuestros ojos bien abiertos, podemos estar ciegos al mismo tiempo; al no ver toda la magia que hay en nuestro mundo interno, alma, intuición y causalidad. Que nada ocurre porque sí. Que muchas veces nos negamos a aceptar situaciones que se nos escapan de nuestras manos. Que debemos aprender a soltar, y a saber que el tiempo es un tesoro ilusorio. No existe un ciclo para los que creemos en el mundo espiritual.

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora