MISTERIO OTOÑAL

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Creo que una de las cosas que me motivó a escribir este libro, no fueron solo las grandes historias que se esconden en el interior de un geriátrico, sino también, lo fascinante, y en ocasiones tenebroso, que puedes descubrir en este ambiente laboral. Una de ellas, la titulé: El Misterio Otoñal; rememorando el inicio de la temporada donde los árboles cambian su verde frondoso a colores ocre; como el pardo, dorado, amarillo, y rojo. Entre finales de septiembre y principios de octubre, suelen morir en mi trabajo entre 8 y 9 clientes de cada piso. En tan solo tres semanas..., sí, así como lo estás leyendo en este momento, yo también quedé sorprendida.

El primer año, debido a que era nueva en el trabajo, no podía percatarme de nada; pero en los años siguientes, noté que entre esos meses: septiembre y octubre, todos, por causas inexplicables, fallecían. Esto sucedía mayormente cuando estaban dormidos. Algunos también, como consecuencia de alguna caída. Por casualidades de la vida, terminaban teniendo similitudes.

Eva De Jong; una mujer de 75 años de edad, había entrado al geriátrico. Era la más joven de mi grupo. Una dama viuda; por ende, nadie podía cuidar de ella. No tenía ningún familiar en los Países Bajos. Su esposo era un holandés y había fallecido años atrás. Eva y yo teníamos algo en común, ambas hablamos español. La mujer era de origen español, nacida en una ciudad que lleva por nombre: Caravaca de La Cruz (dicho por ella). Una de las ciudades más hermosas y pintorescas de toda Murcia.

Eva tenía un tutor. En los Países Bajos el gobierno suele asignar un mentor, en casos como el de ella, cuando no tienes ningún familiar cerca o alguien que se encargue de tus papeles de seguro médico, asuntos legales, entre otros.

Nuestra relación de amistad fue empática desde el principio. Lo pienso por el hecho, de que podíamos hablar el mismo idioma. Yo describiría a Eva como una mujer de carácter fuerte, solitaria, de poco hablar, educada, y con un nivel intuitivo bien desarrollado.

Entró a mi grupo en el 2021. La llevé hasta su habitación, la número 102. En su historial no decía nada sobre patologías, o algún problema mental; solo que debía tomar sus pastillas para la tensión. Gozaba de buena condición física, y cuando hablabas con ella, respondía todo con coherencia.

Eva me recordaba un poco a mi abuela paterna, por su aspecto físico. Tenía piel morena, ojos marrones oscuros, cabello negro y contextura robusta. También gozaba de una personalidad un poco peculiar.

Caminar todos los lunes a través de las aéreas verdes del lugar, se había convertido en nuestra rutina. En los alrededores, teníamos un parque inmenso, con muchísima vegetación y un lago hermoso. Creo que ese era una de las maravillas más fuertes del geriátrico. Actualmente existe una lista de espera muy larga para poder intentar ingresar a algún cliente. Obviamente no puedo pasar por alto: el acceso privilegiado; que en cualquier país del mundo, tenemos esos lazos o conexiones donde el dinero se hace presente.

La señora De Jong, como la llaman muchos de los trabajadores, empezó a presentar cambios repentinos de humor. Cada semana se hacía más y más extraña la conducta de Eva. Al principio, todos pensábamos que era normal, a causa del cambio tan radical que suelen afrontar las personas de la tercera edad, de forma tan repentina. Luego de tener toda la vida una rutina en tu propio hogar, a mudarte a un sitio donde asumes que pasarás el resto de tu vida. Sin escapatoria alguna. Donde algunos pocos entrarían en el grupo de los afortunados, que miran el reloj a cada minuto, esperando con anhelo alguna visita fugaz de familiares, amigos o tal vez vecinos.

Eva había pasado de ser una persona normal, a convertirse en una mujer agresiva. Esto sucedió en pocas semanas. De su alcoba surgía un olor putrefacto. No podría describir con palabras ese hedor tan fuerte, que se expandía a través de los pasillos. Veía como cada día salía un psicólogo distinto de su recámara; psiquiatras, y un sinfín de médicos desfilando en los corredores. Sucedía de noche y de día. Las enfermeras no podían bañarla. Tenían que sujetarla entre varias personas, para lograr asearla y colocarle su ropa.

La mayoría de las enfermeras no les gustaba atenderla. Le tenían miedo. Cuando algunas mujeres de servicio ingresaban a la habitación de Eva, salían corriendo. Decían que había algo raro en su interior, y que la mujer las miraba de una forma distinta. 

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICOOù les histoires vivent. Découvrez maintenant