GUERRA INVISIBLE

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El día 11/03/2020, iba en el bus como todos los días. Me sentía sensible al recordar que era el cumpleaños de mi abuelita Rosa; la madre de mi mamá. Cada marzo suelo sentirme como en una montaña rusa de emociones. Fueron tantos los recuerdos bonitos que llegaban a mi memoria, de mi infancia y adolescencia, gracias a mis adorados abuelos; pero al mismo tiempo, empecé a percibir una sensación extraña en mi corazón. No podía describir con palabras ese sentimiento de vulnerabilidad. Por alguna razón me sentía desprotegida.

Al llegar a la puerta de la entrada del geriátrico, vi una avalancha de trabajadores reunidos en el Lobby, en compañía de todos los managers principales de la empresa. Lo único que recuerdo de esa conversación es: "TENEMOS QUE ESTAR MÁS UNIDOS QUE NUNCA". Vaya que quedarán en mi memoria esas palabras. Los que en algunos meses atrás eran colegas arrogantes, con ínfulas de superioridad, burlas, y muchos chistes hirientes, se convirtieron en un equipo unido, batallando cada día contra un monstruo invisible, que esperaba el momento oportuno para atacarte; solo se necesitaba de suerte para lograr zafarse de él sin padecer las consecuencias.

No pasaron menos de 24 horas cuando cayeron en sus garras las primeras víctimas; dos viejitos de mi grupo jazmín. Éramos oficialmente el primer equipo contagiado, de los 5 que había en cada piso. Nos encerraron ese mismo día, nos aislaron a todos, no podíamos tener contacto con absolutamente nadie. Hasta pensé que me obligarían a quedarme durmiendo en el recinto, pero nos mandaron a todos a casa después de cumplir nuestra jornada laboral.

Las dos primeras personas contagiadas las encerraron en sus respectivas habitaciones. Cabe destacar que en los países bajos está prohibido encerrar a nadie, en relación con todo el tema de las personas con problemas de demencia, geriátricos etc. puedes ir a la cárcel por esto. Es sumamente delicado, debes siempre consultar todo con sus familiares, médicos, entre otros entes especializados con el tema. Algo que fue difícil de llevar. ¿Cómo rayos les haces entender? ¿Cómo les explicas lo que está sucediendo?, si nosotros mismos, tampoco sabíamos la respuesta correcta. Debían estar aislados para no contagiar al resto del grupo, ni a nosotros los trabajadores. Recuerdo que escuché a una de las enfermeras, diciendo que esto sería el comienzo de algo mayor. Sarah, era su nombre, aunque muchos la llamaban: "Sary", por cariño. Recuerdo que era una mujer muy religiosa, fiel a los conocimientos del budismo. Una de las pocas con que pude conectar y mantener una relación honesta dentro del campo laboral. Ella me llamó aparte y me dijo:

—Gisselle; creas en lo que creas, aférrate a eso y no dejes de orar, porque lo vamos a necesitar más que nunca.

Yo la abracé, mientras escuchábamos a los dos viejitos sollozar en sus alcobas, y golpear las puertas continuamente. Sentíamos que jamás se cansarían. Era agotador ver a dos personas tan indefensas, de casi 90 años, intentando mantener la calma en sus habitaciones, sin que se sintieran encarcelados. Este monstruo invisible no sólo arrasó con la vida de Sarah a los pocos días, sino también con parte de su pequeña familia.

Ya es suficiente el cambio tan radical que es para alguien, que lo saquen de su casa, donde solía pasar el resto de sus días, a que lo trasladen de la noche a la mañana a un lugar donde te hacen ver que todo está bien. Que tendrás tu propio espacio; pero un espacio de mentiras, disfrazado con algunas decoraciones, fotos de familias, que muchas veces eran ficticias, ya que ellos sencillamente no tenían hijos, ni nietos. Puede que alguna que otra foto de sus viajes o amigos más cercanos. Algún sofá viejo, perteneciente a los tantos clientes fallecidos, o en algunos casos, si corren con la suerte de llevarse consigo objetos realmente suyos. Aquellos que puedan colocar en su nuevo hogar. Y ni hablemos de las camas, donde han dormido decenas de almas, que han trascendido a otro plano espiritual; dándoles paso a las nuevas víctimas. No me gusta sonar trágica al contar mi experiencia en este ambiente, pero señores, no todo es color de rosa, ni en el país más desarrollado del mundo. Siempre habrá ese "algo".

Cada día se iban sumando más viejitos con el virus. Todos con fiebres altas y sin apetito. El virus se fue esparciendo a través de varios pisos del recinto, hasta que en un abrir y cerrar de ojos, lo que llamaban una simple gripe, comenzó a tomar otro tono. Otro rumbo. La pesadilla más real, que jamás en mi vida imaginé vivir tan cerca. Como sacada de una de esas escenas de terror, que aparentemente solo se quedan en lo ficticio. 

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICOWhere stories live. Discover now