CONTRADICCIONES DE LA VIDA

1 0 0
                                    

A mis 30 años y un poco más, continúo recibiendo de parte de familiares y allegados, esa típica presión social que se ha vuelto tan normalizada entre todos, de tener un esposo, la casa perfecta e hijos; sin dejar a un lado a las respectivas mascotas. Pero la vida real es otra, o por lo menos en mi caso.

Decidí darle prioridad a mi vida personal y profesional, priorizando mi salud mental, física y espiritual. Actualmente veo tantas personas infelices, intentando mostrar una vida satisfecha y feliz, pero luego los observo desde lejos, siguiendo patrones dañinos con sus nuevas generaciones.

Entendí en este país, que antes de tomar cualquier decisión que requiera formar una familia, debía afrontar primero mis propios monstruos internos; sanarme, curar muchas heridas. Porque si tú no estás mentalmente bien, los que se encuentran cerca de ti, tampoco. Y mucho menos tus próximos descendientes.

Amo la cultura neerlandesa. En estos países te enseñan desde muy temprano a ponerte como prioridad a ti primero, sin importa qué diga el resto allá afuera. Ha sido difícil para mí, entender esto hasta el sol de hoy, viniendo de una cultura tan arraigada; donde los latinos solemos ser personas que le damos el valor principal, a cuánto tienes en tu cuenta, o cuán exitoso y alabado seas. Mostrarle al mundo lo que supuestamente eres a través de todo lo que tienes de forma material. Irónicamente, siendo un continente donde los religiosos abundan.

Pero no todo sobre mis orígenes es negativo; por supuesto que no. Creo que algo que sí mantengo muy arraigado hasta ahora, y que nos caracteriza a todos, es la familia, y en especial los abuelos. Pienso que todos hemos tenido o en su mayoría, la gran fortuna de crecer con ellos. Soy una de esas, que se ganó la lotería con los abuelos que me tocaron en esta vida.

Algo que pude notar aquí desde un principio, es lo desapegados que estaban con las personas de la tercera edad. Yo vengo de una familia, y me atrevería a decir, culturalmente hablando, que donde entra uno, entran todos. Visitar a tus seres queridos de forma sorpresiva y espontánea, sin tener que planificar o agendar algo, es imposible en este país. Todo está fríamente calculado y planificado. Es parte de su idiosincrasia.

Irónicamente, en mi ambiente laboral, puedo observar a diario como las personas llegan a entrar en un estado de depresión y abandono, porque están conscientes que ni sus parejas, hijos, o incluso nietos, se olvidan de ellos por completo.

No me gusta generalizar, pero son contados con mis dedos, los pocos que veo a diario visitando a sus familiares. Algunos se sientan desde su ventana a esperar durante horas, día tras día, con la esperanza de que alguien se acuerde de ellos y poder sentir un caluroso y amoroso abrazo decembrino.

Terminan muriendo de tristeza y desesperanzados; esperando frente al reloj de pared, y moviendo sus ojos al ritmo de las agujas. Atentos en la puerta principal, anhelando ver algún rostro conocido que pueda alegrarles el día o la noche.

No es fácil mantener y controlar este tipo de sentimientos, y mucho menos, si se trata en épocas tan importantes como lo es, la decembrina.

Los que suelen morir de tristeza en un periodo corto, siempre son los mismos, donde existe un patrón particular; tienen familia abundante. Más claro imposible. Saber que construiste algo en tu vida y que no te dan el valor que mereces a tus 80 años o más, es triste. Saber que allá afuera tienen un montón de hijos, nietos, o sobrinos, y que ninguno se acuerde de ti. Es cruel. Por tal motivo, terminan falleciendo, e incluso, los escuchas entre pasillos gritar, que se quieren suicidar. Que ya no desean seguir viviendo.

A diferencia de los que no tienen familia e hijos, son los que se mantienen tranquilos o serenos. Aquellos que permanecen sin expectativas o esperanzas, de que entre por la puerta alguien especial. Son irónicamente, los que terminan durando años dentro de las instalaciones, y disfrutando sus últimos años de vida. Las estadísticas no se equivocan.

Me causa gracia en ocasiones, como familiares y amigos siempre terminan diciéndome (como un disco rayado): "Gisselle, el tiempo es oro. Vas a terminar sola en un geriátrico, sin nadie que te ayude o visite. Recuerda que los hijos siempre van a estar para cuidarnos y protegernos cuando lleguemos a viejitos". Yo siempre les respondo lo mismo: "Tienen que vivir en carne propia, lo que observo a diario en estas paredes". Uno de los tantos consejos que recibo a diario entre los abuelos, que ha resonado más en mi mente: "LOS HIJOS SON UNA LOTERÍA". Vaya que sí. Tienen toda la razón. No todos están dispuestos a valorar, cuidar y atender el llamado de estos angelitos de cabello blanco, que se robaron mi corazón para siempre. Les confieso que es posible, que yo entre en el grupo de los solitarios, porque no hay nada más cruel en este mundo, que esperar durante horas que alguien se digne a verte. 

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora