ALMAS GEMELAS

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Nunca olvidaré aquel 4 de julio del año 2018. Ese día entró por la puerta principal un hombre muy alto, con un cabello frondoso de color blanco, que reflejaba la nieve, que a veces solemos tener en épocas de invierno entre enero y febrero en los Países Bajos. Venía acompañado de sus tres hijos y de todos sus nietos. El señor estaba en su silla de ruedas. Nuestro personal se hallaba listo para recibirlo como se merecía, con flores y pancartas de bienvenida. Es algo que solemos hacer con todos nuestros clientes. Mi primera impresión fue: "ohhh", que hombre tan alto y de profunda mirada. Sus ojos eran muy grandes; como ver en persona el alma pura de un ángel. Le dimos la bienvenida y lo ubicamos en una de las habitaciones. Ya previamente preparado, el señor comenzó a explorar poco a poco el recinto, en su silla de ruedas. Pude notar su acento. Era alemán, y sus hijos también. Su familia hizo vida entre Alemania y Holanda; pero como el señor quedó viudo y no podía vivir solo por su condición, decidieron ingresarlo en el geriátrico.

Entre risas y anécdotas, era sorprendente ver una persona tan mayor de aproximadamente 100 años; así como lo leen. Gozaba de excelentes condiciones mentales y físicas, a pesar de que estaba en una silla de ruedas. Me dispuse a leer su historial en compañía de las enfermeras. En ese instante nos enteramos que sirvió al ejército de la marina; pero en su época y trayectoria de vida, perdió la movilidad de sus piernas.

Entre carcajadas y sollozos, sus hijos y nietos se despidieron de él; aunque uno de sus nietos, que vive relativamente cerca del lugar, era el encargado de estar atento si se presentaba algún caso de emergencia, y todo lo relacionado a sus cuidados y visitas. Dejaron algunos cuadros favoritos del señor. Todos esos que hacían referencia a barcos, buques y al mar. Portarretratos familiares, y un álbum con fotos del señor, en sus momentos de juventud, que mostraban amigos cercanos.

El ambiente se tornó triste y conmovedor. Nosotros intentamos no involucrarnos tan profundamente con los clientes, aunque de mi parte, jamás he cumplido esa regla al pie de la letra. Es imposible no tomarle cariño a alguno de ellos. Dejarse envolver por sus historias. Al terminar la despedida, y viendo al señor despedirse de sus seres queridos desde la ventana, procedí a hacer mi trabajo; el primordial, es integrar al cliente con su grupo. Presentarlo, para ver la adaptación y evolución de la persona. Realizamos al final de la jornada, un reportaje que enviábamos al médico de la empresa y a los psicólogos. Adicionalmente, Le preguntamos qué le gusta desayunar, almorzar y cenar comúnmente, para hacerlo sentir como en casa.

Le pedí su nombre y apellido para colocar la información y su foto en la puerta de su habitación, como hacemos con cada cliente. Me dijo:

—Mi nombre es Wolfgang Müller. En ese instante no había caído, hasta que el señor habló de nuevo:

—¿Puedes ayudarme colgando este cuadro? Aquí tenía 18 años. Fue mi primera misión con todos mis compañeros de la marina. Un día muy conmovedor para mí.

Yo tomé el cuadro para colgarlo en la pared, y veo a aquel chico guapo, alto, y con aquellos ojos azules. Era imposible no deslumbrarse con ellos. Mi mente quedó en blanco. Empecé a llorar sin parar. Las manos me sudaban y temblaban. Él, con su expresión confusa, no entendía porque mi estado de angustia.

Solo repetía en voz baja: "No puede ser. Esto no puede estar sucediendo. ¿Qué es esto? Por un momento, me sentí como parte de mis propios clientes. Cuando pierdes la cordura por minutos y todo se te olvida. La mente nos puede jugar a todos un trago amargo cuando se trata de memorizar y recordar situaciones que pueden ser tristes, o hasta en ocasiones, perturbadoras. Recordemos que somos seres emocionales, universales, y que podemos llegar a trascender aquí y ahora en diferentes dimensiones. Lo que se escucha hoy en día como ley de la atracción. Todo se haya dentro de ti. No tenemos que buscar nada allá afuera.

Mis nervios estaban incontrolables. Traté de calmar mi risa nerviosa e incómoda, acompañada con un llanto incesable, para enfocarme en mi trabajo. Le pregunté si quería ir a conocer a su grupo, o si preferiría descansar en su habitación. Solo me dijo que le diera tiempo. Prefería estar solo. Solo asentí con la cabeza.

Me fui corriendo. Mis nervios estaban a flor de piel. Tenía que drenar lo que llevaba por dentro, y llamé desde un sitio privado a mi pareja para contarle todo lo ocurrido. Admito que en medio de la conversación le comenté: ¿Será que me estoy volviendo loca?

Él me dijo que, antes de salir corriendo a contarles la historia a todos los trabajadores del geriátrico, mejor me percatara de que la hermosa Felicia y aquel hombre de ojos azules, se trataban de las mismas personas. Que esas dos almas que alguna vez se encontraron en el año 1940, volverían a hallarse después de 78 años. No sé ustedes, pero siempre escuchaba a mis abuelas, hablar sobre las almas gemelas. También en infinidades películas de Hollywood. Pero dentro de mí, no había mucha convicción sobre esto. Por eso ese dicho tan famoso que dice: "ver para creer", ¿no?

OLVIDADOS EN EL GERIÁTRICOWhere stories live. Discover now