Quizás se debía al calor del momento, y a esa atmósfera repleta de sensaciones a flor de piel, pero de verdad estaba sintiendo algo, y no quería dejarlo ir.

—No puedes admitir que te enamoraste de mí y esperar que no haga nada al respecto — masculló, antes de plantarle un beso corto en los labios, como si eso le diera más peso a sus palabras —. Voy a hacerte mío, Lucas, y si no nos vamos, sabes que no me importará follarte aquí mismo enfrente de todos estos imbéciles.

—No serías capa... — al ser consciente de las palabras que estuvieron por salir de su boca, se calló abruptamente.

Por supuesto que a Samael Estrella de la Mañana no le importaba poseer a Lucas y montar un espectáculo que solo podría adjudicársele al Rey del Infierno. No le importaba ser visto por tantos mortales porque estaba igual de dispuesto a pisarlos como cucarachas si mostraban intenciones de entrometerse entre él y su lindo mortal, quien al ser consciente de que Samael se olvidaba fácilmente de conceptos como «recato», asintió y se armó de valor para sostener la mano ajena con fuerza y guiarlo hasta la salida.

Con cada paso que daba pudo sentir la mirada reprobatoria de su padre en la nuca, pero no miró atrás porque tenía mucha curiosidad por lo que pasaría. Y su padre tampoco estaba haciendo nada para detenerlo, así que, ¿qué más daba? La excitación que le provocaba lo desconocido era tan placentera que no podía ignorarla.

Había estado tan asustado por confesar lo que sentía que ahora estaba ahí, caminando de la mano de Samael en un lugar lleno de gente, y de las miradas estupefactas de aquellos que presenciaron la muestra de afecto más común de todas —pero que no era tan común cuando se trataba de dos hombres—, sin embargo, tanto desdén pasó desapercibido para Lucas porque sentía una esencia dominante proveniente de Samael que se ceñía sobre él, y solo por eso todos evitaron hacer comentarios despectivos en su presencia.

Los que sabían que el Diablo caminaba entre ellos, se preguntaban qué había hecho Lucas para caminar de la mano del que se había proclamado Rey del Infierno desde hace eones. Y seguramente, si los demonios hubiesen presenciado una escena igual, también se habrían preguntado lo mismo porque el Diablo que ellos conocían era despiadado, cruel, egoísta, arrogante y no parecía tener respeto por nada ni nadie. Trataba a todos como si no tuvieran ningún valor, siempre pintando una visible línea con las que les dejaba en claro un rotundo «No somos iguales», y sin embargo ahí estaba, caminando de la mano de un mortal que lo desafiaba todo el tiempo, y aun así lo tenía cautivado.

Una vez que ambos llegaron al estacionamiento, Samael lo acorraló contra la puerta de su camaro cuando Lucas estiró el brazo con claras intenciones de abrir.

— ¿Qué haces? — Preguntó en voz baja.

La cercanía de Samael tenía a Lucas dominado; podía oler su perfume emanando de él como si su propósito fuera envolverlo más de lo que ya lo estaba.

—Quiero que pienses bien sobre esto, Lucas.

— ¿Crees que voy a arrepentirme? — Instigó.

—Tengo mis sospechas — dijo —. Pero a lo que voy es que si entras, no tengo intenciones de dejarte ir.

Lucas lo pensó, porque al mirarlo a los ojos algo en su interior le dijo que, si entraba al auto, las cosas entre ellos no serían las mismas, pero su temor más grande ya había pasado, y ahora estaba seguro de que podía afrontar cualquier cosa.

—B-bueno... — masculló —. Voy a arriesgarme — sentenció.

Su determinación le dibujó a Samael una sonrisa en la cara. Más tarde, se hizo a un lado para que Lucas pudiera subirse al asiento del copiloto.

Hidromiel.  ✔Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ